CONFIDENTE

Después de haber pasado inmóvil una noche de cerámicos y toallones, llegó a mí prendiendo la luz hiriente y me miró con la modorra típica de los lunes a la mañana. En su gesto había desgano y un suspiro de ánima cargó sus pulmones para que al instante una bocanada fétida saliera de su boca. Luego de darme la espalda para orinar, me mostró sus primeras muecas y ya con aliento de mentol y su cara lavada me miró y sin decirme nada descubrió con resignación mis ojeras y mis patas de gallo. Después con su palma repasó la aspereza de su barba y de a poco se me aproximó como queriendo besarme. Sin embargo su acercamiento fue para poner de manifiesto en silencio que mi ojo derecho —el izquierdo de él— estaba algo irritado. Sin hablarme me confinó nuevamente a la penumbra pero yo, apoyado eternamente a la pared, como todas las mañanas, olí su café, escuché sus tarareos, la puerta de la heladera, el tintinar de las llaves y el ronquido del auto al arrancar.
Por un instante de calma cerré mis ojos sin rostro hasta que me los abrió el sol rasante de la mañana y entre noticias de las ocho dadas por la emisora de radio cotidiana lo vi de nuevo como asomándose con su incipiente calvicie y sus anteojos negros, sentado en el asiento del conductor. Por la posición en la que estaba, sólo llegaba a ver hasta su barbilla. Cada tanto me miraba pero ausente, como quien mira a otro lado. Sólo cada tanto, parando la marcha un minuto, me registraba presente y me regalaba algún gesto de actor.
En esa oportunidad fue distinto. Habiendo estacionado en el lugar de siempre centró en mí su mirada y como quien comienza un discurso preparado con tiempo, me develó ese secreto que me dejó perplejo. Su rostro fue cambiando desde la circunspección a la culpa, de la tristeza a la preocupación. Y entre palabra y palabra yo sólo lo escuchaba. En realidad él no me preguntaba nada, pero si lo hubiera hecho, le hubiera dicho que entendía sus razones, que, por cierto, las tenía. Después de un momento de pausa, bajó la mirada, manoteó un bolso del asiento de al lado y con un semblante más calmo y aliviado me miró compasivo y se fue al trabajo.

@ConiglioFabian
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(Caminando por El Chaltén. Santa Cruz. Argentina).

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