Esta
es la historia de un saco. Un saco centenario. Pero sorprendentemente siempre
nuevo. Como todos sabemos, la piel se regenera hasta cierto punto, y siempre
quedan cicatrices que muestran que en esa zona algo ocurrió. Pero este saco, a
la par que se lo dejaba reposar –a veces horas, días, meses o años- se podía auto-renovar.
A nadie se le ocurrió hacer una investigación de laboratorio para analizar la
composición química de los hilos que formaban los tejidos del género, quizás
por el descreimiento propio de las ciencias fácticas. Es mejor negar el
fenómeno. Habiendo tecnología suficiente para filmar los movimientos
microscópicos que los entrelazados hilos iban dibujando, nadie puso sobre la
mesa esta posibilidad.
Por
un lado algo era cierto: cuando el saco está en uso, quien lo tiene no permite
que se lo analice, ya que se podría poner en evidencia el mal uso que esté
haciendo de él. Además implicaría tener que disponer de un tiempo sin el saco,
cosa que se hace casi imposible, sobre todo en días festivos y en actos
inaugurales. Y cuando alguien accede al saco en desuso, hasta ahora la
inmediatez de ponérselo hizo imposible analizar las roturas anteriores y su
remodelación mágica.
En
realidad esta consideración de “mágica” la hacemos nosotros, que lo vemos desde
afuera, pero para aquellos que tienen cercanía con el saco, todo lo ven con
naturalidad. Es lógico, si no, no estarían allí.
Lo
que no se puede decir, es que el saco marca tendencia. En realidad la tendencia
la marca quien hace uso de él. Lleva poco más que dos siglos de antigüedad, que
en nuestro caso es sinónimo de vigencia. Porque este saco es único y no deja de
estar de moda. Al menos éste saco. Si
él pudiera hablar –cosa que como sabemos todos, no hacen los sacos- sin duda
nos inundaría de anécdotas disparatadas, muchas más de las que ya conocemos.
Algunos
dejaron el saco tirado y se fueron sin dar explicación. Otros aniquilaron al
usuario de turno para arrebatarlo por la fuerza. Otros lo consiguieron en buena
ley, pero no daban con la talla: o le quedaba tan grande que no se le veían las
manos, o tan chico que no se podían mover. Es un caso contrario a lo que ocurre
en la tienda de ropas: parecería como que es el saco el que se prueba a los
usuarios hasta dar con la talla. Más de uno estuvo todo el tiempo tratando de
colocárselo y nunca daba con el modo, de tal manera que se le cayeron las cosas
que estaban depositadas en los bolsillos porque intentó colocárselo con el
cuello para abajo. Estuvieron los que se la dieron de progresistas y lo mantenían
emperchado en el dedo índice por sobre el hombro, y ante los temblores, se les
cayó sin más. La mayoría comenzó prometiendo mejorarlo, pero al tiempo,
descuidadamente lo mancharon exponiéndolo a todo tipo de sustancias. Muchas
veces fue desmembrado por tironeos entre dos o más contrincantes. Obvio,
siempre se lo quedó el más fuerte.
Los
hombres que se lo quieren poner, lamentablemente están acostumbrados a
conseguirlo a cualquier precio. Pero sabemos que no es así, porque, si bien
todavía persiste esta magia de la regeneración, no sabemos por cuánto tiempo
más lo hará.
@ConiglioFabian
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