Año
2050. Diodo Marchesín, durante las primeras décadas de su carrera científica
indagó sobre las posibilidades del hombre de dominar lo único de lo cual aún
era esclavo: el tiempo.
Lejos
habían quedado los escritos de Carl Sagan, los primeros estudios de física
cuántica, la saga de “Volver al futuro”
y “12 monos”. Las sociedades, mucho más complejas pero más ordenadas y
pacificadas, habían dejado de pensar en destruirse. La etapa de los berrinches
bélicos había terminado. La civilización estaba viviendo una adolescencia llena
de preguntas sobre su origen y su identidad.
Diodo,
desde su laboratorio en Sucre, descubrió la clave de la transportación en el
tiempo. Presentó el proyecto para concretar el dispositivo que haga posible
recorrer hacia atrás –o hacia adelante, al decir de los griegos– aquella dimensión que llamamos tiempo.
–Si
exponemos la materia a una velocidad tal que la percepción de la misma queda imperceptible,
se podrá modificar la dimensión, no sólo de la observación de dicha materia,
sino de la existencia de la misma. –La convicción que sus palabras emanaban
eran ratificadas por infinitas nervaduras de fórmulas y signos que el doctor
Marchesín garabateaba en la pizarra del claustro.
El
comité evaluador elevó sus conclusiones a la comisión general universitaria y
con aire triunfal recibieron en pocas semanas la autorización para desarrollar
el proyecto, y, lo que era mejor aún, el financiamiento para el mismo.
En
dos años, luego de prototipos descartados e intentos fallidos, se hizo la
prueba con el mismo creador del aparato.
Se
calibró para que el cuerpo viaje en el tiempo hasta el año 1950, es decir, cien
años atrás. El experimento se pudo desarrollar casi a la perfección.
El
doctor Marchesín, apostado en el sillón dentro de la cápsula, al sentir el “cero”
de la cuenta regresiva, como un astronauta del tiempo, pudo perforar con su
materialidad el tiempo, aunque, para ser más exacto, el tiempo con su ráfaga
invisible perforó la materialidad del doctor.
Luego
del aturdimiento y la somnolencia similar a una baja de presión arterial,
apenas retomó la visión, Diodo descubrió delante de él, un escenario muy
distinto. Abrió la cápsula y caminó ese extraño hábitat. Grandes vegetaciones y
un aire enrarecido, mezcla de azufre y óxido. Pantanos y cielos verdosos.
Vapores eructados por las rocas y silbidos de aire producidos por las grietas
de los murallones. Nada de esto le pudo indicar a Diodo si su invento lo había
trasladado a la prehistoria o a la post-historia. El único error del
experimento fue que no tuvo cómo regresar a comunicar su éxito.
El
único que ahora lo sabe soy yo. Y sé que todo lo que me contó Diodo es verdad.
Nunca me diría una mentira. En realidad es en el único del pabellón en quien
confío.
Autor: @ConiglioFabian
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Tardé tanto en encontrarte que ya no estabas ahí.
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