LA FLUIDEZ DE LOS CUERPOS

“Esto no puede estar pasando” pensó el hombre en tanto que al mover su brazo derecho, sintió un crujir en la articulación del codo que le develó sus carencias.
Ante el gemido producido por las secas cuerdas vocales del humano, esa especie de can, ya sin pelaje, se sobresaltó y,  levantando el cuello como pudo, pasó del reposo a la vigilia. Como respondiendo al hombre, dijo para sí: “lo hubiesen pensado antes.”
El sol se esforzaba por evaporar humedades de las entrañas del suelo, creando más y más grietas. Se formaron tantas que llegaron a ser accidentes geográficos gigantes como fallas. El mundo estaba divido en dos. Y el acceso a ese elemento los dividía generando un caos de guerra y sangre. Las innumerables poblaciones invadidas por los más poderosos habían traído consigo decadencia y muerte, pestes y miedo.
Los sintéticos dominaron los mercados y el reino vegetal era un elemento reservado para muy pocos en el planeta. “Nunca tuve la oportunidad de probar pasto ni semillas”,  pensaba un cuervo, mientras esperaba desde un muro destruido, que termine de morir un niño en brazos de su hermano mayor.

La opulencia había silenciado la conciencia moral de ese cuerpo que como una esponja se nutría del elemento esencial y disfrutaba de los placeres de la anteriormente llamada “vida sana” que contaban los libros y ensayos históricos. A diferencia de él, millones de cuerpos ya no estaban. Pero aún faltaba ralear más la especie dominante para que los recursos alcancen para todos los que sobrevivan. Había organismos que promovían que en diez años, es decir, hacia el 2053, la raza se reduzca a un 65%. Nacer estaba penado con la pena de muerte.
Entre las especies inferiores la decantación se daba naturalmente. Quedaron atrás los vanos intentos por preservan los recursos naturales, las manifestaciones culturales, los presupuestos equilibrados en donde la salud, la vivienda y el trabajo no eran menos importantes que la seguridad y las armas. Las fábricas que no fueron aprovechadas para la construcción de armamentos fueron usadas como grandes galpones para incinerar los cuerpos mustios que ya no reclamarían hidratación pero que, conservados, serían hábitat de pestes.
La psiquis de ese minúsculo reducto de seres sobrevivientes conservados con las proporciones salinas y vitamínicas, estaba afectada por el contexto de vacío. Sus almas hacía años ya estaban muertas.
“Sólo son cuerpos tratando de subsistir”, pensó despreocupada una ameba que nadaba plácidamente en la inmensidad de un minúsculo charco de lodo en Asia.

Autor: @ConiglioFabian

(Lago del Desierto, Santa Cruz, Argentina).

0 comentarios: