LA CUENTA REGRESIVA

VIERNES, 3 AM
Eduardo dibujó una boca de labios planos y comisuras perfectas. No usó pincel, sino una cuchilla de mango de marfil. La grabó en su brazo izquierdo, junto a la muñeca.
Maldijo no haber ahorrado para una bañera. Sentado en el piso, bajo la ducha, se dejó impregnar por el jugo carmesí que esa boca escupía. Los sanitarios color té con leche, haciendo juego con el cerámico, no desentonaron con las salpicaduras.
No había dolor. La presión comenzó a bajar y hasta esa sensación le producía placer.
—Era mucho más fácil de lo que pensé. Tuve que hacer menos presión que al cortar una milanesa. Sólo fue dejar correr el filo, ella lo va a saber entender. Que no lo tome como algo personal. No soportaría morir sabiendo que se va a quedar con la culpa de mi suicidio. Pude haberle dejado una nota. Ahora ya es demasiado tarde.
Silenció sus pensamientos para permitirse contemplar las formas caprichosas que crecían en el piso del baño. Comenzó a morir como durmiendo.


JUEVES, 7.43 AM
Los pocos minutos que Eduardo quedó sin conocimiento fueron suficientes para que Karen, al escuchar el impacto del coche en la esquina de su casa, se haya acercado. Lo acompañó mientras llegaba la ambulancia. Sus manos, frías por el shock, fueron arropadas por las manos de Karen, que lo miraba en silencio.
―Quédese tranquilo amigo, está todo bien. Lo vamos a llevar al hospital para unos estudios. Por el auto no se preocupe, acá está su mujer que se encarga de todo. ―El paramédico le colocó un cuello ortopédico y con cuidado lo ayudó a bajar del auto.
Él miró extrañado la escena mientras era subido a la camilla.
De camino al hospital consiguió llamar a su esposa, con la que se encontró en la sala de emergencias.

Le hicieron los estudios de rutina. Con los resultados positivos, a la tarde fue dado de alta, con la prescripción de tomarse dos días de reposo.

JUEVES, 8.14 PM
Silvia, su esposa, le ayudó a sentarse en la cama para traerle la cena. Él sintió el hambre de no haber comido nada sólido desde la mañana. Al terminar, Silvia le dijo:
― ¿Estás mejor? En estos casos no sé muy bien cómo actuar. Fui al seguro. Me pidió presupuestos del arreglo. Así que mientras dormías busqué en tus contactos y llamé a uno que decía “mecánico”.
Un frío corrió por la espalda de él, como quien se sabe descubierto. Es que el énfasis que Silvia puso en este dato le mostraba a las claras que en la llamada habría detectado el engaño.
El silencio aturdió más que un grito. Ella le acercó una mandarina, mientras se le escapaba una lágrima, que fue absorbida por la sábana.
―Hasta mañana ―le dijo Eduardo, horas más tardes. Ella se fue a acostar a la pieza contigua. Y él trató de dormir pensando qué estaba ocurriendo.

JUEVES, 6.24 AM
Eduardo se despertó sobresaltado, palmeándose la mejilla. No era un insecto. Era Silvia que le deslizaba un pañuelo por la cara.
―Dale mi amor, te quedaste dormido. ¡Vamos que entro a las siete!
Confundido por lo sucedido, él de inmediato interpretó que las escenas anteriores  habrían sido un horrendo sueño.
―Ahí voy, cielo. En cinco minutos estoy. Total, desayuno en el trabajo.
En el trayecto, Silvia le detallaba cómo habían ido vestidas anoche sus amigas al cumpleaños de Sofía. Él, amaestrado en la ciencia de hacer dos cosas a la vez, asentía y sonreía cada tanto, mientras rememoraba cómo había sido su noche anterior.
―Te llamo si hoy trabajo de corrido. Siendo fin de mes, es lo más probable. Chau mi rey. Cuidate. ―Le tiró un beso mudo, cerró la puerta del coche y entró al trabajo.
―Silvia es tan dulce que no merece que le juegue sucio. Por otro lado, creo que esto pasa en todas las parejas. A veces hay distanciamientos que ayudan a reforzar los vínculos. Y estamos distantes, aunque ella no se haya dado cuenta.
Tomó mecánicamente por el mismo recorrido de siempre. Del trabajo de su esposa al negocio donde trabajaba. Le quedaba una hora para que abran. Dobló por Liniers. Era más fuerte que él. ―Tomo un café con Karen y voy al trabajo ―pensó sin creérselo. 
Como toda amante, Karen encarnaba el ideal de mujer. Pasional, siempre dispuesta y bien perfumada. Hacía tres meses que se había hecho hábito su visita. De siete a ocho de la mañana era el tiempo de ellos. Hacían de todo. Incluso tomar café.
Sus palpitaciones crecían a medida que llegaba a Liniers al 1200. Y en su cabeza le brotaban resacas de pasión de la noche anterior, mientras su mujer había salido con sus amigas. Imposible hacer tres cosas a la vez. No vio el semáforo. El cinturón lo amortiguó del golpe de la camioneta que abolló su puerta. Sin embargo, el latigazo dobló su cuello dejándolo inconsciente.

JUEVES, 2.47 AM
La tenue luz de una lámpara de la cómoda lo despertó, recordándole que debía volver a su casa. La agonía del último orgasmo lo había dejado exhausto. Y se había desfallecido enredado entre las piernas de Karen.
―Van a ser las tres de la madrugada. Me tengo que ir.
―¡No, no te vayas! ―Karen simulaba  que él era lo único que le importaba. Formaba parte del juego. Sólo que él se lo creía.
Le sonrió y la abrazó con ternura. Ella se le acurrucó, se besaron y se despidieron.
Mientras abría la puerta de su casa, se tranquilizó al notar que su esposa aún no había regresado del cumpleaños. Se bañó para desprender de su piel los vestigios de la pasión. Al rato que se acostó, sintió llegar a su mujer. Estaba tan cansado, que se durmió antes que ella entre al cuarto.

Quizás, sin advertir que ya no estaba a tiempo de cambiar el desenlace de esta historia.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com

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