La fachada no me dio
indicios que estuviera entrando a una imprenta.
Al acceder me di cuenta
que se trataba de un viejo galpón reciclado, en donde al entrar había una pequeña
pieza, quizás que conducía a un baño de mínimas dimensiones. En el cuerpo
central se encontraban apiladas cajas, ordenadas entre las columnas metálicas
que sostenían el techo de chapas de zinc. A la derecha de las pilas, en un
rincón del espacio abierto, se había improvisado un escritorio sucio y
desordenado. Al fondo, separado por una puerta corrediza de metal oxidado, se
dejaba ver un depósito con cajas, maquinarias y rollos de papel.
Su dueño, ocupado de unas
llamadas telefónicas, no me dirigió la palabra. Exacerbado, tuvo un incidente
con un empleado, a quien, delante de mí, no tuvo empacho en despedirlo. Sin
embargo, al rato le solicitó que le siga ayudando, como si nada hubiera
ocurrido antes.
Yo permanecía sentado,
quizás esperando que llegue mi turno, aunque era gracioso pensar que haya que
hacer fila en un lugar tan desierto como éste. Lo que más me impactó al inicio
fue el fuerte olor a pintura. A lo lejos se escuchaban los chirridos de una máquina
─que la imaginé centenaria─.
Sin darme cuenta, se me
adelantó un joven que, a juzgar por su apariencia, estaba ciego. Lo dejé pasar, como
corresponde. Al dialogar con el dueño entendí que era un personal que le habían
asignado en carácter de pasante o algo así. Lo llevaron a trabajar al depósito.
Luego se sumaron a la tarea una mujer que dijo ser sorda y una señora muda pero
que se haciá entender muy bien. No sé en qué me habré distraído, porque en un
rato ya estaban todos trabajando a una velocidad vertiginosa, como si la vida
les fuera en esa producción. Reí porque en parte me vi reflejado. Escuché que
alguien también dejó sonar una carcajada. El dueño ya se había vestido con un
traje muy llamativo cuando los operarios se declararon en huelga.
Cuando por fin se logró
disolver la sedición, uno de los trabajadores me entregó una etiqueta que
habían impreso en el taller. ¿Cómo me di cuenta que era esto lo que había
venido a buscar? Tal vez nunca lo sabré. Noté que a mi lado había otras
personas a las que también le entregaron su etiqueta correspondiente, distinta
a la mía. Como no los conocía, no me animé a preguntarles si ellos habían
solicitado esas etiquetas o se las habían dado al azar.
Lo que ocurrió después entre
esas tres paredes no lo contaré porque es posible que no me lo crean.
De todas formas tampoco me
puedo explicar por qué, ante tantas aberraciones, me encontré, al final, aplaudiendo de
pie.
Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com
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