LA FAMA CONQUISTADA

Lisandro Achával López era un pésimo actor, si es que alguna vez se lo pudo catalogar como tal.
No está mal que yo lo diga, aún teniendo en cuenta la relación que me une ─me ata─ a él.
Por esos devenires fortuitos de la historia, como sin querer, en los años cincuenta participó de una escuela de actuación dirigida por el prestigioso capocómico Ulises Onofrio Linares. Él mismo supo decirle al entonces joven Lisandro que, lo mejor que podía hacer en favor del noble arte de la actuación, era dejarlo en paz y alejarse lo más posible de él.
Lejos de amilanarse por ello, tomó el consejo de Linares ─que más bien fue una orden taxativa─ y replicó el desafío por convertirse en un actor de ley. A pesar de la inicial negativa para regresar a la escuela de don Ulises Linares, logró que lo dejaran participar como oyente, pero sin la mínima posibilidad de intervenir siquiera en una improvisación.

Don Lisandro no actuaba mal porque carecía de una técnica adecuada, o porque le faltaba pulir algún aspecto de su gestualidad. A decir de los críticos de la época ─cuando se dignaban derrochar dos líneas para defenestrarlo─ Achával López, no era mal actor porque básicamente no era actor, sino más bien un pobre imbécil que usaba el teatro como terapia ocupacional. Hubo en esa época una manifestación multitudinaria de Actores Agremiados que se sentían denigrados por la trascendencia que se le daba a la malísima imagen con la que dejaba Lisandro parada a la actuación.
Lo que Lisandro no tuvo de talento, lo suplió por persistencia. Era tan inexistente la primera, como esforzada la segunda. Eso lo llevó en 1958 a hacer de árbol en “Sueño de una noche de verano”, rol con el que se ufanó durante años, diciendo entre su escaso círculo social hasta el cansancio “me convocaron para interpretar Shakespeare”. El escenógrafo de dicha puesta, Emiliano Cárdenas, supo recordar la escena en que Lisandro, a fuerza de gritos desaforados, arrancó la aprobación del director Luzuriaga (hombre lúcido para las tablas, pero pusilánime para imponerse) y logró quedarse en las escenas del bosque, entubado en un árbol de utilería, ante el enfado de todo el elenco. Al poco tiempo del estreno, esta mala decisión llevó a la renuncia de Luzuriaga, no tanto por el linchamiento que le propinaron los actores, sino por la pesadez que significó someterse a la perorata de Lisandro después de cada función para que le haga una devolución sobre su papel.
Un día de invierno de 1967 llegaron a la escuela de Don Linares un productor con uno de sus asistentes, con la intención de ofrecerles a los alumnos más avanzados, papeles de actores de reparto. Don Ulises Linares seleccionó los legajos de quienes había elegido, con tan mala suerte que se traspapeló entre ellos el legajo de Lisandro Achával López.
Si alguien tiene la oportunidad de hacerse de una copia de la olvidable película “Locuras de un semental”, dirigida por Anastasio Ugarte en 1968, podrá advertir que en el minuto 42, ante la llegada de Ulrico  ─el protagonista, que si no fuera por haberse suicidado tres años más tarde, de igual manera no hubiese incidido en la filmografía nacional─ entrando al café Central, es atropellado por un mozo, ocasionándole caer de espaldas y reaccionar como una cabra. Para su mal, esta escena no fue repetida porque, a decir del propio Ugarte, aquella fue la única escena en donde Ulrico se asomó a la verosimilitud. ¿Hace falta agregar que el mozo en cuestión no era otro que nuestro antihéroe?
Lo que ocurrió después, ya todo el mundo lo conoce. No obstante, sucintamente lo relataré ante la posible presencia de algún lector desprevenido. Meses atrás, Mac Dillow famoso “youtuber” británico subió a la red global el fragmento en el que Lisandro Achával López expone su mejor cara de imbécil en aquel perdido fragmento de la película de 1968, en donde, al intentar ayudar a levantar a Ulrico, le lanza el plato de sopa, a la voz de “No sabía que estaba líquida”. Se viralizó de tal manera el fragmento, que Mac Dillow  logró romper el récord de mayor cantidad de visitas, y la Fox comenzó a desarrollar una seguidilla de gags, como el reciente de Billy Cristal parodiando al mozo, o el corto de animación  “Un mozo en la sopa”, aquel donde en un restorán de moscas, una de ellas llama enojada al mozo mosca diciendo que hay un mozo en su sopa, a la vez que se muestra al hombrecito con la cara de Lisandro Achával López nadando en el brebaje.
No se hicieron esperar los consabidos artículos de merchandising, agotados, repuestos y agotados que hoy atestan los  portales de ventas online, las calles y pantallas.

Como verán, el mundo globalizado, hizo ─al menos para mi provecho─ del infortunio una ganancia. Aún recuerdo a mi padre, en su lecho de muerte, pidiéndome perdón por dejarme como herencia, deudas y pobreza.

Bueno, los dejo porque tengo que cerrar un contrato que sin dudas me duplicará las regalías.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com


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