Sola en mi pieza. Y tan
acompañada.
Llego todos los mediodías
con el cansancio en la mochila montada en un solo hombro.
Al entrar a casa resoplo
mostrando fastidio con el sólo fin de que mi vieja me diga “¡qué mala onda,
Lore!”, o “¿qué te pasó hoy?”
Aunque está con los ojos y
las manos dedicada a acomodarle la camisa a Facu, el rompe-pelotas de mi
hermanito menor a punto de ir al jardín, que ella me dedique simultáneamente su
oído y su voz, me parece tierno. Aunque nunca lo vaya a saber… al menos por mi
boca.
Mientras me siento a comer
con papá, ella —entre recomendaciones al viento y camperas abrigadas— corre
rumbo a la escuela, dejándome la siesta desratizada de hermanos.
Papá a los veinte minutos
está emprendiendo la retirada y, aunque hablamos bastante durante la comida,
disfruto mucho de la soledad que deja al salir a trabajar.
Como ya soy grande, tengo
presente que si tengo que estudiar para el día siguiente, este momento es el
ideal para recitar en voz alta los sucesos de la segunda guerra mundial o las
operaciones algebraicas. Pero yo no estudio así. Es un bajón.
Me recuesto en mi cama
relajando los resabios del estrés colegial y vuelo. “Es taaan lindo”. Me digo
entre nubes. “Igual, lo que tiene de arrogante, lo tiene de arrogante”, me respondo
mirando el sol filtrado entre las cortinas. Tengo el tic de hacerme trenzas,
que nunca uso en público, pero que aparecen cada vez que pienso en él. La cama
presiona uniformemente mis espaldas, como acariciándome. Y a veces daría
cualquier cosa por pedir en el registro civil ser adoptada por mi colchón. Bah,
igual, sé que es un divague. Mejor esto lo borro. O mejor no. Creo que tiene su
poesía. No sé. Me siento poderosa al escribir en este diario porque sé que
nadie lo podrá descifrar. Quién sabe chino mandarín en mi familia. Sigo
pensando en él. En su arrogancia. En lo lindo que es. Y su arrogancia lo hace
más lindo. Porque los príncipes azules no existen. Como tampoco las hadas. Con
mi vieja me basta. Y la muy turra eligió que mi madrina sea esa amiga suya que
ni me registra. Las pocas veces que viene es para comer masas finas con mi
vieja. A veces pienso que ser arrogante es una máscara. Como mis quejidos al
entrar al mediodía. No sé. Bueno, sí
se.
Ahí me doy cuenta: Ulises es
arrogante porque, en el fondo, me quiere decir algo. Tal vez yo lo estoy
imitando con mis actitudes. Y bueno, que se maneje, yo era su hija, para qué
tuvo otro. Facu es insoportable y no es verdad que los hermanos se pelean pero se quieren. Los hermanos se pelean porque no se quieren. Yo ya soy mayor,
qué tengo que estar peleando con un pendejito egoísta y vanidoso. Me acuerdo
del dibujo del gnomo horrible que le regaló a mamá. Las manos de flores y los
zapatos puntiagudos eran para reírse como me reí. Y mamá se contuvo porque estaba
haciendo de madre y “qué lindo” y todo eso. Yo tenía derecho a cagarme de risa
y ser quien ponga un manto de realismo: “Facu, ¡tu dibujo es una mierda!”. Pero
mi vieja estaba ocupada siendo la madre de Facu.
Londini es una forra. Se
nota que no tiene vida propia. Qué tiene que pedir una monografía tan grande en
tan poco tiempo. Me gustó la cara de Ulises cuando la vieja de Proyecto
explicaba el trabajo. Parecía Cristiano Ronaldo festejando un gol. Es tan
lindo. Ulises. Bueno, Cristiano también. Creo que tengo la carpeta llena de sus
fotos porque me recuerdan a Ulises. Y no quiero que nadie del curso se entere
de lo nuestro. Y menos él. No sé, tal vez algún día se dé. Qué se yo.
Mi cama ya está llena de
nubes, dibujos feos, canchas del Real, masas finas, cuaderno escrito en chino,
el celu, el sol, las mantas… Mis piernas, casi sin lugar, optan por levantarse
y llevarme a la cocina. Tengo antojo de un chocolate.
Autor: @ConiglioFabian