-Hoy soy esto gracias a tu calor petrificante –le dijo
la vasija con orgullo al fuego.
-Me hace bien oírlo porque mis arrebatos suelen
producir desiertos de cenizas. Me complace haber colaborado para lograr tu
terminación, pero sin la tierra nada surge.
Desde su humus, con la quietud de siglos, la
cadenciosa voz susurró: “soy sólo tierra. Sin el agua hubiese sido difícil
malearme. Ella unió con gracia mis quebradizas articulaciones. Les dio vida y
flexibilidad. Ella es el alma de este viejo cuerpo.”
Un sutil rocío se sonrojó mientras acariciaba la
alfombra mineral con sus diminutos dedos. Su energía creció hasta constituirse
en lluvia. Sus tímidos golpes aplaudieron en los charcos que formó y agregó su
parecer:
-En el abrazo con la tierra nos hicimos lodo, pero fue
el aire que nos atravesó el que nos dio consistencia y volumen.
Al escuchar todo esto, se frotaron complacidas las
manos del alfarero.
@ConiglioFabian
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Texto realizado dentro del taller literario semanal con el escritor Felipe Cervine. Río Gallegos, Santa Cruz.
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