La
biblioteca era muy ordenada. Sólo se usaban los títulos que debían usarse. Y
sólo acudían a ella quienes debían acudir. Colecciones antiquísimas e
invaluables estaban atesoradas en los rincones mejor custodiados, en donde muy
pocos podían acceder.
Todo
gracias al gran guardián, el hombre que ya hacía décadas se había constituido
como el mejor reservorio cultural de la comarca. A él acudían los eruditos
provenientes de la región para consultar sobre viejos volúmenes o cartografía
ancestral. El salón siempre estaba impecable.
Pero
un día enfermó y se tuvo que someter a un extenso tratamiento.
Ante
esto, la comisión directiva designó a un suplente, un anciano bibliotecario que
había llegado a la ciudad y que acreditó, no sólo años de formación, sino,
sobre todo, una vasta experiencia en diversas bibliotecas del mundo.
Hizo
carteles invitando a los vecinos a la biblioteca y creó diferentes propuestas:
dio clases de lectura por las mañanas para los niños, talleres de escritura por
las tardes para los ancianos, por las noches organizó ciclos de debate: los
martes sobre literatura, los jueves sobre política y sociología, y los sábados
sobre filosofía. Estas propuestas fueron muy bien recibidas por la población.
En dichas actividades los libros cuidosamente ordenados en los estantes
comenzaron a circular entre los participantes y descubrieron mundos
inimaginables.
Cumplidas tres semanas de trabajo, la comisión
agradeció la tarea al suplente, ya que el bibliotecario titular había sido dado
de alta.
Autor: @ConiglioFabian
(Atardecer en Río Gallegos. Patagonia. Argentina.) |
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