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Muestra 2015

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ELECCIÓN DE VIDA

―Y, Mica, ¿qué te dijo tu tía?
 ―¿Eh? ―la pregunta de Candela no la interrumpió del grabado a birome que estaba estampando en los surcos de la suela de su zapatilla.
―Ey, boluda, ¿no te acordás? ¡Lo del departamento en La Plata! ―Con un solo gesto le hizo notar a su amiga que se sentía ofendida.
―No creo que haya drama.
―¿Pero le preguntaste o no? ―el mismo gesto se agudizó hasta el nivel de ira. ―Está bien. Si no querés que vaya a estudiar medicina con vos no hay drama. Me voy a Córdoba con Pato a estudiar ingeniería. ―Al decir esto, ensayó el rictus propio de amiga despechada.
Mica, aunque no dejó de posar su mirada en la zapatilla que seguía decorando, pudo captar cada movimiento facial de Candela, y si se perdió alguno, lo adivinó. La niñez y la adolescencia suelen ser un tiempo suficiente para conocerse.

―No te hagas la víctima que te queda mal ―sentenció Mica.  Un silencio expectante llenó la habitación. Al instante las dos rieron como descubriendo el engaño de una broma pesada.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com


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MIÉRCOLES

Anoche me acosté más temprano. Le mandé un mensaje a Darío para decirle que le dejé la comida en el microondas. Estaba fundida. Los martes son terribles para mí. Encima son los días que Darío vuelve más tarde.
Entre sueños lo sentí acostarse como una pluma a mi lado. Tomé su mano, más fría que de costumbre. Volví a mi inconsciencia con la tranquilidad de saberme protegida.
Hoy, como todos los miércoles, madrugué. Darío tiene suerte que puede levantarse más tarde. No me molesta. Después de asearme, me senté a tomar el café, mientras prendí la tele.
“Anoche colisionaron un Chevrolet Astra y una camioneta S 10. El chofer del automóvil aún no se ha podido identificar, pero ha muerto en el acto” ―anunció el periodista. Las imágenes de los hierros retorcidos y las fajas de seguridad policial de a poco me permitieron descubrir que se trataba de Darío.

Preferí quedarme inmóvil en vez de constatar que mi cama estuviera ocupada.

Autor: @ConiglioFabian
conigliofabian@gmail.com


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Performance Varieté



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PODERES PSÍQUICOS

Se despertó a eso de las tres de la madrugada todo sudado. Raro en él, que más bien era friolento. Es que no pudo reponerse de la agitación hasta unos minutos después. ―Suelo dormir desde que me acuesto hasta que suena la alarma.―Pensó tan fuerte que lo dijo en voz alta.
―¿Te dejás de joder?
Su esposa siempre sutil.
Es que ella no reconocía que a su marido le estaban empezando a suceder cosas. La sombra de él, sentado desde su lado de la cama, se podía plasmar en la pared del dormitorio. Se levantó de un salto y, una vez frente a la heladera, lo supo con lucidez.
―Tengo poderes psíquicos.
Mirando el yogurt bebible, sonrió. Después quedó petrificado al pensar en las consecuencias de su hallazgo. Las imágenes le taladraban la mente. La mirada perdida del que sabe que está muriendo era tan real, que escupió el trago de yogurt. Lo tenía enfrente como a un toro agonizante, rodeado del morbo general. Eran las cuatro y no podía dormir.
Se dio cuenta que eso no había sido una pesadilla. Las pesadillas, como todos los sueños, por lo general mezclan con capricho aleatorio, objetos, movimientos, situaciones. En este caso, las imágenes lo habían llevado a lugares que nunca había visto. Aunque muchas veces subió por la estrecha escalerita de estructura metálica que conducía a la planta alta, reconoció detalles muy precisos de los rombos de los peldaños y de las sombras que producían contra la pared de abajo, que no eran sueño. En la oficina de Uncos, el jefe del taller, jamás había visto que las dos manijas de los cajones del escritorio eran distintas, ni que en el cajón de abajo el viejo Uncos escondía un arma entre los papeles y cables. Hasta podría dibujar ―si lo supiera hacer― cómo eran los relieves de la culata o la forma del percutor.
Era poco más de las cinco. Volvió a acostarse, pero la agitación era tal, que fue al baño. Así como para la mayoría de nosotros es arduo memorizar, para él significaba mucho esfuerzo olvidarse de cada una de las palabras que en la visión había cruzado con Uncos.

―Silguero. Venga para acá.
―Sí. Qué pasa.
―Acompáñeme arriba. Le tengo que mostrar algo.

Los rombos de la escalerita, la oscilación del caño que oficiaba de baranda. El olor a pintura fresca. El chirrido de la puerta placa. La suciedad del ventanal que servía de panóptico. Todo. Todo estaba fijado en su memoria.

Sentado en el inodoro, sintió correr una gota fría que le caía desde la nuca hasta su desembocadura. Temió enloquecer. El inexorable recuerdo de lo que vendría, lo paralizaba.

―Siéntese, Silguero.

Cortó un poco de papel higiénico y se lo pasó como pudo por la espalda. Le faltaba la respiración. Al mirar el picaporte de la puerta del baño, creyó ver el cromado del caño del arma de Uncos. Por poco se tiró a un costado. Se podría haber lastimado con el borde de la pileta. Por suerte era algo así como una alucinación, nada más.
“Tener poderes psíquicos me va a matar” ―pensó. Se concentró nuevamente en su tarea. Los ojos insomnes le ardían. Pronto tocaría la alarma. Su pantalla mental, de pronto continuó su relato.

―Mire, Silguero, no estoy bien. Con usted tuve muchas agarradas. Me disculpo si se sintió acosado por mí. El médico me dijo que la ira podría ser una de las formas de desahogarme de mi enfermedad. Y creo que deposité mi ira en usted.
―Está bien.
―No. No está bien. ¡No está nada bien! ―Uncos tomó aire. Hizo una pausa. Se apoyó otra vez en el respaldo de la silla―.
―Si quiere, dígame en qué le puedo ayudar. ―Retomó Silguero el diálogo.
― ¿Ayudar? ―preguntó con desdén.
― ¿Usted se ofrece a ayudarme? ¡No me haga reír, no me haga reír, por favor! Los dos sabemos el desprecio que tenemos el uno por el otro. ¡No sea hipócrita, Silguero! ―Otra vez quedó hamacándose en la cornisa de la silla. Los microescupitajos que al vociferar vertía sobre los papeles del escritorio eran tan agresivos como sus palabras―.

Con el calzoncillo como grilletes, Silguero se encontró llorando, parado frente al espejo del baño. Rememorar la premonición nocturna lo estaba volviendo loco.
― ¿Te falta mucho? ―La nula amabilidad de su esposa lo volvió a la realidad. Eran las 6.30 y no había escuchado el despertador.
Se lavó con fuerza la cara para despegar las ojeras, desayunó, preparó el bolso y se fue en bicicleta al trabajo.
Estaba tan ensimismado, que de no haber sido por sus nuevas capacidades psíquicas, hubiera tenido algún accidente vial. Porque mientras por fuera se veía a un hombre en bicicleta yendo al trabajo, por dentro, continuaba el encuentro fatal.

―Yo no lo desprecio. ―Fue la tímida e inverosímil respuesta ante la catarata de saliva de Uncos.
―Está bien, si me la quiere hacer difícil, no importa. Yo ya tomé la decisión. Acá termina todo. Lo elegí a usted porque si hay un mal que le deseo es que quede traumado de por vida. Yo no tengo empacho en reconocer que durante décadas lo odié. El médico me dijo que el tumor era por toda la frustración que guardé durante años. Y usted es el principal causante de mis males.
―Yo no sabía… ―Las palabras huecas de Silguero fueron interrumpidas por un rítmico movimiento del brazo de Uncos, que, pasando por el cajón, elevó en círculo la mano, empuñando el arma que al solo impacto, le abrió la boca en flor.
La mirada perdida de Uncos, como quien sabe que está muriendo, quedó inmóvil sobre la silla. Al instante, le esbozó a Silguero, como despedida, una macabra sonrisa de carnes y dientes. Y se desplomó entre los papeles del escritorio, mientras daba sus últimos temblores.

Al llegar al galpón en donde estaba la fábrica, Silguero saludó a todos como si nada.
―¿Y Uncos?
―Arriba. ―Le contestaron.
Subió por la escalerita y las sombras que formaban en la pared los rombos de los peldaños, eran iguales a los de sus visiones. Entró sin golpear. Uncos estaba en el escritorio.  
― Ah, Silguero. Le tengo que mostrar algo.
Mientras dio dos pasos adelante, Silguero sacó un arma de su bolso, con el que le dio tres disparos.

Uncos, mientras iba muriendo como un toro en el rodeo, dejó soltar de su mano un par de cables de muestra.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com



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EL ASCENSOR


(En medio de la escena, se encuentra  un bastidor con forma de cubo, sin techo ni pared frontal de dos metros de alto y lado).
(Entran por un costado: PROMOTOR, HOMBRE y MUJER. Se paran a un costado del cubo).
PROMOTOR (Joven vestido con traje negro, corbata y camisa blanca. Se detiene al costado del cubo) –Acá lo tienen. Esto es lo que ustedes están buscando. Nuestra empresa jamás ha tenido un problema con nuestros trabajos realizados. No por nada figuramos en el catálogo de las empresas más seguras de Iberoamérica.
HOMBRE (Vestido como empresario) –Más allá del buen diseño, que realmente veo que está acorde al edificio que hemos construido, me gustaría saber cuál es la innovación en materia de seguridad que tienen estos ascensores.
PROMOTOR –Paso a explicarles. Como ya ustedes me comentaron, al ascensor que solicitaron le darán el uso exclusivo para trasladar personas del piso 34 al 35, que es donde están las bóvedas y las oficinas del directorio. Por lo tanto, nadie podrá, sin autorización, llegar al piso 35. Nadie.
MUJER (vestida de traje) –Tenemos algunos empleados que si bien trabajan en pisos inferiores, deben cada tanto ingresar al piso 35. ¿Cómo se agiliza en este caso sin perjudicar la seguridad?
PROMOTOR –Muy buena pregunta. Para eso ofrecemos tres alternativas de seguridad. Cualquiera de ellas las podemos instalar sin ningún problema. Ellas son: cinta magnética, visor ocular, scanner digital.
(HOMBRE comienza a rodear el cubo en atenta observación).
MUJER –¿Podemos hacer instalar dos dispositivos simultáneamente?
PROMOTOR –Por supuesto. Les recomiendo cinta magnética para los empleados de pisos inferiores  y scanner digital para los miembros del directorio. (Muestra un pequeño dispositivo). Éste es el control remoto además que cierra el habitáculo herméticamente ante hostilidades o intromisiones. Funciona con sensor de proximidad.
HOMBRE –Bien, ¿se podrá hacer la prueba como habíamos convenido?
PROMOTOR –Para eso estamos. Aguárdenme que les traigo las cintas magnéticas para probarlas. (Se retira. HOMBRE y MUJER recorren el cubo examinándolo).
MUJER (Mirando el cubo) –Te aviso que leí los mensajes de tu celular.
HOMBRE –No es momento.
MUJER –No es momento. No es momento me decís.
(Regresa PROMOTOR con dos cintitas).
PROMOTOR –Permítanme una muñeca.
MUJER –Él primero le puede pasar su muñeca.
PROMOTOR –Ok. (Mientras le coloca la cinta, HOMBRE y MUJER se miran fijamente).
MUJER –¿De qué material está hecha la puerta? (Le extiende le brazo a PROMOTOR).
PROMOTOR (Colocándole la cinta) –Titanio reforzado. Únicas en el mercado. Entremos para que vean cómo reconoce las cintas magnéticas el sensor. (Entran los tres. Suena una alarma).
HOMBRE –¿Y eso?
PROMOTOR –Porque yo no tengo cinta. Pero observen. (Acerca su pulgar a un borde del cubo y deja de sonar la alarma). ¿Ven? Este ascensor tiene ingresados los datos de mis huellas digitales. También por seguridad, los celulares pierden la señal al ingresar y cerrar la puerta.
MUJER ¿Se puede cambiar el color del piso?
(Se apagan las luces quedando solo un cenital que alumbra  el cubo en su interior).
HOMBRE –¿Esto forma parte de la prueba?
PROMOTOR  No entiendo qué pudo pasar.
MUJER –Pero vos tenés una llave o algo así para abrir. ¿No?
PROMOTOR -¡No! ¡Me quiero matar!... (Tantea sus bolsillos). Cuando fui a buscar las cintas magnéticas llevaba en la mano el control remoto. Creo haberlo dejado en la otra oficina… El control tiene sensor de proximidad. El ascensor se cerró porque no lo tenía conmigo…
HOMBRE (saca su celular pero no tiene señal). ¡Ah, no sé! ¡Vos me sacás de ésta!
MUJER ¿Esto es una broma?
PROMOTOR –Ojalá lo fuera. (Comienza a golpear las paredes).
MUJER (Aterrada) –Sufro claustrofobia… No me digan que no podemos salir.
HOMBRE (Pasando la muñeca con la cinta por el sensor una y otra vez.) –Si esto no es una joda, sos un pelotudo. ¿Sabés que te puede costar el trabajo?
MUJER –Siento que me asfixio. Me siento mal.
PROMOTOR (Tratando de abrir con las manos). –No, señor. Estoy tan asustado como ustedes. Perder el trabajo sería lo de menos. Como es un ascensor de muestra no le instalamos el aire acondicionado. Y ahora está cerrado herméticamente. Si no nos abren de afuera, en dos horas nos quedamos sin aire.
HOMBRE (Alterado toma a PROMOTOR del cuello) ¡Yo te mato hijo de puta!, ¡te juro que te mato!
PROMOTOR -¡Cortala, soltame, pará!
MUJER –Dejalo, imbécil, dejalo que por fin se está haciendo justicia. Vas a morir como una rata.
HOMBRE (Suelta a PROMOTOR que queda arrodillado). ¿Qué decís atorranta? A vos te tendría que matar así no consumís mi aire.
MUJER –¡Mirá quién habla! ¡Vos me consumiste a mí!, ¡y me habías dicho que no volviste con tu ex! (Se sofoca y marea. Se sostiene de la pared).
HOMBRE ¿Y a vos qué te importa si te di todo lo que querías? ¡A vos sólo te importan mis cosas, no te importo yo!
PROMOTOR (Llora de la impotencia) –Basta, basta, basta… Tengo mucho miedo de morir… (Golpea la pared).
MUJER –Si no me importases ¿vos te crees que hubiera hecho todo lo que hice?... ¿No me decís nada? Además, no me podés dar lo que quiero porque no sabés lo que quiero. Siempre me diste lo que vos creías que yo necesitaba. Nada más.
(La luz de a poco disminuye su intensidad a la mitad).
PROMOTOR ¡Sáquennos de acá!, ¡me descompongo!
(Pausa prolongada. Por momentos alguno de ellos golpea la pared sin expectativas de ser escuchados. Al rato, otro recorre el lugar en silencio).
HOMBRE (Mira fijamente a MUJER) –No sé cómo quererte. Nunca supe cómo amar. Me da pánico que me amen.
MUJER –Ya es muy tarde. Ya no vas a cambiar. Me das pena. Si salimos de esta, te juro que no me ves más. Tenés todo y no tenés nada. (Pausa. Se quedan mirando de frente entre los dos).
HOMBRE –Ya lo sé. Y me hiere eso más que la muerte. Y no puedo hacer nada. No sé hacer nada. De a poco se fue descascarando la careta que había construido  con mucho esfuerzo por años. Ya no sé quién soy. En realidad nunca lo supe.
MUJER (Se acerca a HOMBRE, toma su hombro, y lentamente le da un beso en la mejilla). –Me das pena, no te permitiste ser feliz. Te podría haber amado.
HOMBRE (Se da vuelta, dándole la espalda. Apoya su cabeza en el ascensor).
PROMOTOR (Levantándose y secándose los ojos) –Quién lo hubiera dicho. Estamos casi sin aire y aún así no lo sabemos gastar bien.
HOMBRE –No se ni tu nombre. Pero creo que te conozco. Sos el hijo que no tuve. El amigo que no supe cultivar. Sos mi hermano menor a quien ignoré toda mi vida. Con otra cara, pero con los mismos ojos.
MUJER –A mí nunca me viste. Sólo te viste a vos. (Exhala un espasmo como de asma). Es que nunca rompiste el espejo que anteponías ante las personas. Aunque hayas vivido trescientos años, jamás ibas a poder amar. (Se deja caer lentamente hasta ponerse en cuclillas. Promotor se arrodilla para acariciarle la espalda suavemente).
HOMBRE –Es una locura todo esto. Siempre viví solo. Siempre pensé sólo en mí. Y el momento más solitario, el de la muerte, me tiene compartiendo el ataúd. Ironías de la muerte.
PROMOTOR (A MUJER, mientras la sigue acariciando) –No lo tomes a mal, pero acariciarte me calma a mí. Esto hacía mi mamá cuando no podía dormir. Y me canturreaba… La extraño mucho…
MUJER -¿Cómo te canturreaba?, ¿así? (tararea despacio durante un rato una canción de cuna, mientras PROMOTOR sigue hablando).
PROMOTOR –Sí… creo que era esa misma canción. Y después me dormía… y soñaba que no existía el dolor… y hacía una muesca como una sonrisa imperceptible. Y todo era paz.
MUJER (Continúa tarareando la canción).
HOMBRE –No recuerdo esa canción. (Se sienta y deja caer su cabeza hacia adelante).
(MUJER sigue canturreando. La luz lentamente se apaga por completo).  
PROMOTOR –Víctor. Me llamo Víctor.
(MUJER deja de tararear por la mitad de la canción).




Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com


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TRES MESES TRES

Pasaron tres meses desde que abrí este espacio para compartir mis textos.

Números:

  • 3 meses
  • 60 artículos
  • 8.000 visitas


Letras:
  • mirar el retazo de la realidad que me circunda, transformarla, crear una realidad de ficción.
  • escribir archivos de texto, o notas en un cuaderno.
  • revisar el texto, editarlo y publicarlo.
  • convivir con la insatisfacción de saber que cada texto compartido, aún dista de ser el mejor texto que pueda escribir.
  • reincidir.
  • ante mi reincidencia en escribir, pude provocar en otros la reincidencia en leer, conservando la tenue esperanza de que ese texto tan deseado sea escrito y leído por ambos.
¡Gracias!

@ConiglioFabian


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PRESENTACION DE TEXTOS

Con el taller literario que dirige el escritor Felipe Cervine hacemos una presentación de textos producidos por quienes integramos el mismo. Habrá músicos en vivo (coro del Complejo cultural, grupo Maymará, solistas) y exquisiteces para comer.

Lugar: Río Gallegos, Argentina
¡Gracias por difundir!

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OJOS QUE NO VEN


Rostros de cartón
Con sonrisas serias
Miran sin mirar
Riegan las arterias

En cada columna
Fingiéndote verte
Por las avenidas
Lucen atrayentes

No queda en el pueblo
Espacio desierto
Se hacen pasacalles,
Pintadas, folletos

Y siguen los ojos
Que miran la nada
No miran al pueblo
Sólo a su campaña

Posaron su esfinge
Siguiendo el consejo
De aquel publicista
Que creó el diseño

Desde hace semanas
Inundan veredas
Atraen, seducen,
Piden que los veas

Algunos se creen
Que miran la tele
Al ver los colores
De aquellos carteles

Muchos, sin embargo
Sabemos que muestran
Algunos, mentiras,
Otros, sus propuestas

Algo nada fácil
Se juega estos días
Votar con conciencia
Será la consigna

Autor: @ConiglioFabian


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LA FAMA CONQUISTADA

Lisandro Achával López era un pésimo actor, si es que alguna vez se lo pudo catalogar como tal.
No está mal que yo lo diga, aún teniendo en cuenta la relación que me une ─me ata─ a él.
Por esos devenires fortuitos de la historia, como sin querer, en los años cincuenta participó de una escuela de actuación dirigida por el prestigioso capocómico Ulises Onofrio Linares. Él mismo supo decirle al entonces joven Lisandro que, lo mejor que podía hacer en favor del noble arte de la actuación, era dejarlo en paz y alejarse lo más posible de él.
Lejos de amilanarse por ello, tomó el consejo de Linares ─que más bien fue una orden taxativa─ y replicó el desafío por convertirse en un actor de ley. A pesar de la inicial negativa para regresar a la escuela de don Ulises Linares, logró que lo dejaran participar como oyente, pero sin la mínima posibilidad de intervenir siquiera en una improvisación.

Don Lisandro no actuaba mal porque carecía de una técnica adecuada, o porque le faltaba pulir algún aspecto de su gestualidad. A decir de los críticos de la época ─cuando se dignaban derrochar dos líneas para defenestrarlo─ Achával López, no era mal actor porque básicamente no era actor, sino más bien un pobre imbécil que usaba el teatro como terapia ocupacional. Hubo en esa época una manifestación multitudinaria de Actores Agremiados que se sentían denigrados por la trascendencia que se le daba a la malísima imagen con la que dejaba Lisandro parada a la actuación.
Lo que Lisandro no tuvo de talento, lo suplió por persistencia. Era tan inexistente la primera, como esforzada la segunda. Eso lo llevó en 1958 a hacer de árbol en “Sueño de una noche de verano”, rol con el que se ufanó durante años, diciendo entre su escaso círculo social hasta el cansancio “me convocaron para interpretar Shakespeare”. El escenógrafo de dicha puesta, Emiliano Cárdenas, supo recordar la escena en que Lisandro, a fuerza de gritos desaforados, arrancó la aprobación del director Luzuriaga (hombre lúcido para las tablas, pero pusilánime para imponerse) y logró quedarse en las escenas del bosque, entubado en un árbol de utilería, ante el enfado de todo el elenco. Al poco tiempo del estreno, esta mala decisión llevó a la renuncia de Luzuriaga, no tanto por el linchamiento que le propinaron los actores, sino por la pesadez que significó someterse a la perorata de Lisandro después de cada función para que le haga una devolución sobre su papel.
Un día de invierno de 1967 llegaron a la escuela de Don Linares un productor con uno de sus asistentes, con la intención de ofrecerles a los alumnos más avanzados, papeles de actores de reparto. Don Ulises Linares seleccionó los legajos de quienes había elegido, con tan mala suerte que se traspapeló entre ellos el legajo de Lisandro Achával López.
Si alguien tiene la oportunidad de hacerse de una copia de la olvidable película “Locuras de un semental”, dirigida por Anastasio Ugarte en 1968, podrá advertir que en el minuto 42, ante la llegada de Ulrico  ─el protagonista, que si no fuera por haberse suicidado tres años más tarde, de igual manera no hubiese incidido en la filmografía nacional─ entrando al café Central, es atropellado por un mozo, ocasionándole caer de espaldas y reaccionar como una cabra. Para su mal, esta escena no fue repetida porque, a decir del propio Ugarte, aquella fue la única escena en donde Ulrico se asomó a la verosimilitud. ¿Hace falta agregar que el mozo en cuestión no era otro que nuestro antihéroe?
Lo que ocurrió después, ya todo el mundo lo conoce. No obstante, sucintamente lo relataré ante la posible presencia de algún lector desprevenido. Meses atrás, Mac Dillow famoso “youtuber” británico subió a la red global el fragmento en el que Lisandro Achával López expone su mejor cara de imbécil en aquel perdido fragmento de la película de 1968, en donde, al intentar ayudar a levantar a Ulrico, le lanza el plato de sopa, a la voz de “No sabía que estaba líquida”. Se viralizó de tal manera el fragmento, que Mac Dillow  logró romper el récord de mayor cantidad de visitas, y la Fox comenzó a desarrollar una seguidilla de gags, como el reciente de Billy Cristal parodiando al mozo, o el corto de animación  “Un mozo en la sopa”, aquel donde en un restorán de moscas, una de ellas llama enojada al mozo mosca diciendo que hay un mozo en su sopa, a la vez que se muestra al hombrecito con la cara de Lisandro Achával López nadando en el brebaje.
No se hicieron esperar los consabidos artículos de merchandising, agotados, repuestos y agotados que hoy atestan los  portales de ventas online, las calles y pantallas.

Como verán, el mundo globalizado, hizo ─al menos para mi provecho─ del infortunio una ganancia. Aún recuerdo a mi padre, en su lecho de muerte, pidiéndome perdón por dejarme como herencia, deudas y pobreza.

Bueno, los dejo porque tengo que cerrar un contrato que sin dudas me duplicará las regalías.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com


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EMANACIONES

Algunos suelen tener dificultades para dormir, otros, astigmatismo, otros desafinan demasiado.
El caso de Emmanuel se complicó porque no hacía nada para neutralizar o mitigar su problema. Desafinar en tu casa está permitido, pero querer liderar un conjunto de cumbia, agrava el síntoma.
La desafinación no era la dificultad que acompañaba a Emmanuel. Lo era la hiperhidrosis, o sea, la  excesiva sudoración. En su caso, la falta de aseo y cambio de ropa, le producía un constante olor emanado sobre todo por las axilas.
Emmanuel era un adolescente tardío cuando lo conocimos. Compartíamos con él una actividad que prefiero no mencionar para no develar su verdadera identidad. La experiencia de no poder hablar cerca suyo, debido a que dicha actividad nos implicaría respirar, no era lo más terrible. Lo peor era imaginar su olor nauseabundo cuando se rascaba la cabeza grasosa. Sólo eso nos descomponía. Porque bastaba con olerlo la primera vez para quedar impregnado en la memoria.
Como a nosotros, lo mismo le había ocurrido a todos los que en algún momento se habían tenido que relacionar con él.
Ya joven, lo volvimos a encontrar, claramente desmejorado. Era imposible, aún en un espacio abierto, no taparse la nariz para evitar dar arcadas.
Un tío suyo, quien tiempo después vino a mi negocio, me comentó que su sobrino era sereno y trabajador, pero cuando alguien de la familia le indicaba que se debía bañar, se transformaba en una fiera, y durante semanas se encerraba en su pieza.
Cuando por fin salía, su madre ventilaba y limpiaba el cuarto, pero esto también lo ponía de mal humor, por lo tanto, hacía rato que nadie entraba a esa curva. Cada vez que abría la puerta, al olor rancio de su piel, se le agregaba la humedad y la putrefacción de ropa vieja, restos de comida y orín que fermentaba allí adentro.
Trabajaba en el mercado central. Aunque su familia tenía solvencia económica, a él le hacía bien salir de su casa, aunque nadie se le acercaba. Algunos verduleros, evitaban comprar cajones de frutas que había descargado Emmanuel, porque decían que el olor los acompañaba hasta su negocio, provocando la baja en las ventas del día o algún que otro vómito a limpiar entre las verduras que ofrecían. Otros, más benévolos, no se fijaban en eso y limpiaban con cuidado los cajones con líquidos especiales.
El hedor ácido era tan fuerte que no se podía entender de qué manera Emmanuel anulaba su olfato para convivir consigo mismo. El barrio entero ya sabía cómo sortear su contacto, y era común ver a padres responsables cruzar a media cuadra la calle para proteger a sus hijos de convulsiones gástricas.  Así, más de uno justificó arriesgar a su prole a accidentes de tránsito.
Pero, grande fue nuestro asombro cuando de un día al otro, lo vimos a Emmanuel del brazo de una chica. Una joven generosa en carnes, y con una amplia sonrisa que provocaba carcajadas de sólo verla. Algunos decían que era una antigua compañera de la infancia, que se había ido a vivir con sus tíos no lejos de aquí. De todas formas, pensamos que en este caso el amor no padecía de ceguera, pero sí de anosmia.
Desde allí era común ver a la pareja feliz caminar por el muelle, sentarse en el pasto de la plazoleta Soler, tomar un helado o simplemente charlar y reír.
Como otras especies animales, que usan su olor para espantar, otras lo hacen para seducir.  En Emmanuel parecían haberse fusionado ambos objetivos.
Se nos había hecho tan natural ver a lo lejos a Emmanuel adosado a su olor y a su novia, que no nos asombró enterarnos que el sábado se iba a celebrar la boda en la capilla del barrio.
Fuimos, ya que no había otra distracción ese día. Nunca habíamos visto a Emmanuel así presentado: bien vestido, peinado, bañado y liberado de su disfraz de zorrino muerto. Por el contrario, se lo veía feliz, esperando frente al altar a su amada. Sus padres, que tanto habían sufrido por él, hoy suspiraban de alegría y consuelo.
De pronto, la grabación del órgano indicó que por la puerta central se acercaría la novia. El padrino, escoltándola, saludaba silencioso con un minúsculo ademán de su cabeza, mientras ingresaba en cámara lenta.

Al llegar al altar, la novia se detuvo frente a Emmanuel y lo miró con detención. Dejó de sonar el órgano y, tras un segundo interminable de silencio, la pobre muchacha salió corriendo hacia afuera, ventilándonos con la cola de su vestido, el exquisito perfume que Emmanuel portaba.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com



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LA OTRA PLACENTA

Mi problema no es con el tiempo. Tengo de sobra. Lo que no logro conquistar desde mis cuatro años, es el espacio.
Un gentil plástico celeste, traspasado  por el sol de una tarde de verano, se hizo ataúd.
Fue como ganarme la posibilidad de ser nadador dentro de otra placenta. Aunque a esa edad uno no hace planes, lo que menos me imaginaba era que desde ese día cambiaría mi vida.
Mi madre se lo pregunta todas las mañanas. Yo ya lo tengo asumido. Ella no entiende que al congelarse mi reloj, le gané la batalla a la decrepitud, esa que ella está perdiendo. Hoy el tiempo es mi aliado.
Mi primer trauma debe haber sido el día que fijé mi fecha de cumpleaños. Y el último trauma, sin dudas, fue el de esa tarde de marzo.
¿Cómo se prepara uno para un momento como ese? Pensándolo a la distancia, creo que no se lo puede prever. Por ejemplo, mi hermana. Ella tenía un año. ¿Como le explico a una nena de un año lo que va a ocurrir? Hoy ya lo superó, es una mujer hecha y derecha. Aunque sé que me extraña, yo la visito casi todos los días. Creo haber estado en los momentos más importantes de su vida. Y ella lo sabe. Pero a una nena de un año es imposible.
Esa tarde el sol calentaba de una manera especial. El patio trasero era nuestro mundo. Habíamos estado jugando toda la mañana. Mi hermana me seguía entre los arbustos del fondo. Mi papá había cosechado algo de la huertita. Era un patio enorme. El tejido que nos dividía con el vecino de atrás estaba encarnado en un paraíso majestuoso. Había además una higuera y un damasco. A la izquierda, tomates, zanahorias, acelga, lechuga, bien no me acuerdo. Ahora parece un baldío. Lo alquilamos. Mi familia se mudó.
A mis cuatro años no teníamos ducha. Hoy suelo jugar a ver cómo me traspasa esa lluvia artificial de cualquier baño. Esa tarde, poco después de almorzar, volvimos al patio con mi hermana para seguir jugando. Reía porque ella quería ir a toda costa a jugar con el barro de los surcos de la huerta. Mi mamá le explicaba con paciencia que no podía ir allí porque se iba a ensuciar. Era lo que precisamente ella quería hacer. Al rato veo que mi mamá saca al patio el fuentón grande, el celeste. Con la manguera lo carga un poco y después vuelve con la pava humeante. Descarga todo su contenido en la enorme palangana y mientras mezcla el agua comprobando su temperatura, me llama para bañarme.
Que yo recuerde, siempre tuve calambres. Una vez me llevaron al doctor porque jugando, me había quedado la cara pegada al hombro. Me asusté al quedar con la cabeza torcida. No recuerdo qué me hicieron esa vez, pero al día siguiente ya me podía mover como siempre.
Mientras me bañaba en el patio, mi hermana quería jugar con el agua. Mi mamá la retaba porque se iba a salpicar su ropa. El fuentón era celeste y enorme. El sol hacía brillar el agua como si ella tuviese luz propia. Jugué a esconderme para que mi hermana riera. Me sumergía y aguantaba todo lo que podía. A veces aguantaba más, pero levantaba la cabeza cuando a trasluz del plástico veía acercarse a mi hermanita, para que no ser moje, pensaba.
El calambre me vino cuando mi mamá entró a buscar la ropa limpia.
Me sumergí de nuevo, pero esa vez no pude levantarme. La silueta de mi hermana oscureciendo la pantalla celeste, fue la última imagen impregnada en mis retinas.


No tengo problemas con el tiempo, al contrario,  conservo aún la frescura de niño. Lo único que no pude resolver hasta hoy es la soledad de no poder encajar en el espacio.

Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com 


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LOS VIAJES DE ISMAEL


Ismael no era de esas personas fáciles de olvidar. Alto, colorado y lampiño. De dientes desprolijos y amarillos de tabaco, que salpicaban convincentes cuando defendía alguna postura política. Mordía las palabras de tal forma que las sílabas sangraban de convicción.
Su saco marrón no tenía edad ni modas, al igual que su rostro aniñado y añejo.
Solía frecuentar bares que parecían tugurios, desde los cuales se engendraban teorías neo-marxistas o poesías desgarradoras de pasión.
Las vénulas de sus ojos se henchían en el fragor de las discusiones trasnochadas y las cejas anárquicas acompañaban los tamborileos de su puño derecho golpeando la mesa.
Hacía rato que no aparecía por “El Viejo Fuelle”, el lugar de encuentro de los exiliados europeos de la última guerra. Nadie supo cuántas horas se necesitaban para poder exorcizar la masacre, así que le dedicaban noches enteras a contar experiencias de bombas, muertes y exterminio. Los más viejos iban muriendo, como si eso fuera lo que cerraba sus heridas de guerra.
Su ausencia llevaba más de un año. Es que Ismael era así. Desaparecía de sus circuitos habituales, construyendo nuevos vínculos y lugares. Luego de un tiempo, cuando podía, retomaba a sus viejos espineles, poblado de nuevas ideas. Era bueno para irse. Pero le costaba horrores regresar. Por eso casi nunca lo hacía.
Lisandro, el dueño y mecenas de “El Viejo Fuelle”, se sorprendió al girar de su silla habitual y ver ingresar después de tanto tiempo al viejo lobo de mar, con sus colmillos afilados y cargando un pesado bolso. Todos los de la mesa se callaron sorprendidos.
Ismael se sentó como si nada. Mirando alrededor, sin mover un músculo facial, balbuceó:
─Aprendí a dibujar mandalas.



Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com

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SOCIEDAD ANÓNIMA


Vestuarios y maquillajes. Falta de actores.
Miro como a las sombras.
Luces artificiales tapando soles.
Juego con los muñecos, salen de sus cajas de zapatos. Hablan en otro idioma sin aforismos. Dicen cosas pensadas por guionistas. Los más humanos apenas hablan. Creo que tienen miedo a ser oídos. Que alguien descubra que hacen palabras. Que en silencio las alimentan, las enriquecen con nuevos sentidos. Por eso callan.
Pero los otros, hablan sin pausa. No tienen tiempo de procesarla. Hablan con otros que les hablan. Hablan de que están hablando lo que otros hablan. Monólogos múltiples que no dicen nada.
Pero entre días y noches surgen preguntas. El que pospone respuestas tiene una chance. El que responde al instante no las responde.

Autor: @ConiglioFabian
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UN GENIO DE PALABRA



Hace alrededor de treinta años tuvo la visita de un genio. Como los de los cuentos, pero real.

Nadie se prepara para semejantes encuentros.

─Te voy a conceder un deseo ─le había dicho, como lo establece el estatuto de los genios.
Pensando que luego le concedería dos deseos más, le pidió que nada tenga fin, para probar la veracidad de sus poderes.
─¡Hecho! ─dijo el genio complacido, y desapareció.
El hombre, tras salir de su estupor, se sirvió un vaso de agua que aún hoy sigue llenando.


Autor: @ConiglioFabian
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