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EL SUPLENTE

La biblioteca era muy ordenada. Sólo se usaban los títulos que debían usarse. Y sólo acudían a ella quienes debían acudir. Colecciones antiquísimas e invaluables estaban atesoradas en los rincones mejor custodiados, en donde muy pocos podían acceder.
Todo gracias al gran guardián, el hombre que ya hacía décadas se había constituido como el mejor reservorio cultural de la comarca. A él acudían los eruditos provenientes de la región para consultar sobre viejos volúmenes o cartografía ancestral. El salón siempre estaba impecable.
Pero un día enfermó y se tuvo que someter a un extenso tratamiento.
Ante esto, la comisión directiva designó a un suplente, un anciano bibliotecario que había llegado a la ciudad y que acreditó, no sólo años de formación, sino, sobre todo, una vasta experiencia en diversas bibliotecas del mundo.
Hizo carteles invitando a los vecinos a la biblioteca y creó diferentes propuestas: dio clases de lectura por las mañanas para los niños, talleres de escritura por las tardes para los ancianos, por las noches organizó ciclos de debate: los martes sobre literatura, los jueves sobre política y sociología, y los sábados sobre filosofía. Estas propuestas fueron muy bien recibidas por la población. En dichas actividades los libros cuidosamente ordenados en los estantes comenzaron a circular entre los participantes y descubrieron mundos inimaginables.
Cumplidas tres semanas de trabajo, la comisión agradeció la tarea al suplente, ya que el bibliotecario titular había sido dado de alta.

Autor: @ConiglioFabian


(Atardecer en Río Gallegos. Patagonia. Argentina.)


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EN MI PIEZA

Sola en mi pieza. Y tan acompañada.
Llego todos los mediodías con el cansancio en la mochila montada en un solo hombro.
Al entrar a casa resoplo mostrando fastidio con el sólo fin de que mi vieja me diga “¡qué mala onda, Lore!”, o “¿qué te pasó hoy?”
Aunque está con los ojos y las manos dedicada a acomodarle la camisa a Facu, el rompe-pelotas de mi hermanito menor a punto de ir al jardín, que ella me dedique simultáneamente su oído y su voz, me parece tierno. Aunque nunca lo vaya a saber… al menos por mi boca.
Mientras me siento a comer con papá, ella —entre recomendaciones al viento y camperas abrigadas— corre rumbo a la escuela, dejándome la siesta desratizada de hermanos.
Papá a los veinte minutos está emprendiendo la retirada y, aunque hablamos bastante durante la comida, disfruto mucho de la soledad que deja al salir a trabajar.
Como ya soy grande, tengo presente que si tengo que estudiar para el día siguiente, este momento es el ideal para recitar en voz alta los sucesos de la segunda guerra mundial o las operaciones algebraicas. Pero yo no estudio así. Es un bajón.
Me recuesto en mi cama relajando los resabios del estrés colegial y vuelo. “Es taaan lindo”. Me digo entre nubes. “Igual, lo que tiene de arrogante, lo tiene de arrogante”, me respondo mirando el sol filtrado entre las cortinas. Tengo el tic de hacerme trenzas, que nunca uso en público, pero que aparecen cada vez que pienso en él. La cama presiona uniformemente mis espaldas, como acariciándome. Y a veces daría cualquier cosa por pedir en el registro civil ser adoptada por mi colchón. Bah, igual, sé que es un divague. Mejor esto lo borro. O mejor no. Creo que tiene su poesía. No sé. Me siento poderosa al escribir en este diario porque sé que nadie lo podrá descifrar. Quién sabe chino mandarín en mi familia. Sigo pensando en él. En su arrogancia. En lo lindo que es. Y su arrogancia lo hace más lindo. Porque los príncipes azules no existen. Como tampoco las hadas. Con mi vieja me basta. Y la muy turra eligió que mi madrina sea esa amiga suya que ni me registra. Las pocas veces que viene es para comer masas finas con mi vieja. A veces pienso que ser arrogante es una máscara. Como mis quejidos al entrar al mediodía. No sé. Bueno, se.
Ahí me doy cuenta: Ulises es arrogante porque, en el fondo, me quiere decir algo. Tal vez yo lo estoy imitando con mis actitudes. Y bueno, que se maneje, yo era su hija, para qué tuvo otro. Facu es insoportable y no es verdad que los hermanos se pelean pero se quieren. Los hermanos se pelean porque no se quieren. Yo ya soy mayor, qué tengo que estar peleando con un pendejito egoísta y vanidoso. Me acuerdo del dibujo del gnomo horrible que le regaló a mamá. Las manos de flores y los zapatos puntiagudos eran para reírse como me reí. Y mamá se contuvo porque estaba haciendo de madre y “qué lindo” y todo eso. Yo tenía derecho a cagarme de risa y ser quien ponga un manto de realismo: “Facu, ¡tu dibujo es una mierda!”. Pero mi vieja estaba ocupada siendo la madre de Facu.
Londini es una forra. Se nota que no tiene vida propia. Qué tiene que pedir una monografía tan grande en tan poco tiempo. Me gustó la cara de Ulises cuando la vieja de Proyecto explicaba el trabajo. Parecía Cristiano Ronaldo festejando un gol. Es tan lindo. Ulises. Bueno, Cristiano también. Creo que tengo la carpeta llena de sus fotos porque me recuerdan a Ulises. Y no quiero que nadie del curso se entere de lo nuestro. Y menos él. No sé, tal vez algún día se dé. Qué se yo.

Mi cama ya está llena de nubes, dibujos feos, canchas del Real, masas finas, cuaderno escrito en chino, el celu, el sol, las mantas… Mis piernas, casi sin lugar, optan por levantarse y llevarme a la cocina. Tengo antojo de un chocolate.

Autor: @ConiglioFabian



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EL CONCIERTO

Después de treinta y cinco años de carrera artística, se encontró por primera vez en el teatro de esa pequeña ciudad en donde había veraneado en la adolescencia.
En más de una entrevista había referido que en ese verano lejano, con su guitarra como puente, había sido seducido por una diminuta muchacha. Con un flechazo de sus ojos verdes, le había hecho saber que a esto se dedicaría el resto de su vida.
El amor condensado en dos semanas, se disolvió al perder contacto por la distancia. Cada uno siguió su camino, pero transformados por ese encuentro único y fundacional.
La noche del concierto fue especial. Sus manos como nunca, transpiraron nerviosismo al interpretar un repertorio propio de un concierto de guitarra.
El guitarrista confundido, ya en otra dimensión, pudo refrescar el dulzor de un amor adolescente. Sus palpitaciones crecían al ritmo de cada tema. El teatro, a sala llena, ovacionaba en los temas rápidos y se emocionaba en los temas melódicos.
Promediando la presentación, en el silencio de la audiencia, sumidos en la oscuridad que envolvió una versión libre de “Corazón partío”, el reflejo de la luz cenital que chocó en la noble madera de su guitarra, fue a parar entre las primeras quince filas, refractándole al ejecutante, dos luciérnagas verdes que brillaron húmedas de emoción y gratitud.

Autor: @ConiglioFabian



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LA FLUIDEZ DE LOS CUERPOS

“Esto no puede estar pasando” pensó el hombre en tanto que al mover su brazo derecho, sintió un crujir en la articulación del codo que le develó sus carencias.
Ante el gemido producido por las secas cuerdas vocales del humano, esa especie de can, ya sin pelaje, se sobresaltó y,  levantando el cuello como pudo, pasó del reposo a la vigilia. Como respondiendo al hombre, dijo para sí: “lo hubiesen pensado antes.”
El sol se esforzaba por evaporar humedades de las entrañas del suelo, creando más y más grietas. Se formaron tantas que llegaron a ser accidentes geográficos gigantes como fallas. El mundo estaba divido en dos. Y el acceso a ese elemento los dividía generando un caos de guerra y sangre. Las innumerables poblaciones invadidas por los más poderosos habían traído consigo decadencia y muerte, pestes y miedo.
Los sintéticos dominaron los mercados y el reino vegetal era un elemento reservado para muy pocos en el planeta. “Nunca tuve la oportunidad de probar pasto ni semillas”,  pensaba un cuervo, mientras esperaba desde un muro destruido, que termine de morir un niño en brazos de su hermano mayor.

La opulencia había silenciado la conciencia moral de ese cuerpo que como una esponja se nutría del elemento esencial y disfrutaba de los placeres de la anteriormente llamada “vida sana” que contaban los libros y ensayos históricos. A diferencia de él, millones de cuerpos ya no estaban. Pero aún faltaba ralear más la especie dominante para que los recursos alcancen para todos los que sobrevivan. Había organismos que promovían que en diez años, es decir, hacia el 2053, la raza se reduzca a un 65%. Nacer estaba penado con la pena de muerte.
Entre las especies inferiores la decantación se daba naturalmente. Quedaron atrás los vanos intentos por preservan los recursos naturales, las manifestaciones culturales, los presupuestos equilibrados en donde la salud, la vivienda y el trabajo no eran menos importantes que la seguridad y las armas. Las fábricas que no fueron aprovechadas para la construcción de armamentos fueron usadas como grandes galpones para incinerar los cuerpos mustios que ya no reclamarían hidratación pero que, conservados, serían hábitat de pestes.
La psiquis de ese minúsculo reducto de seres sobrevivientes conservados con las proporciones salinas y vitamínicas, estaba afectada por el contexto de vacío. Sus almas hacía años ya estaban muertas.
“Sólo son cuerpos tratando de subsistir”, pensó despreocupada una ameba que nadaba plácidamente en la inmensidad de un minúsculo charco de lodo en Asia.

Autor: @ConiglioFabian

(Lago del Desierto, Santa Cruz, Argentina).