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DALE CON LAS RUEDITAS


Laberinto.
Será porque se quiso aprovechar al máximo el terreno fiscal con el que se disponía para levantar un barrio de viviendas, que terminó quedando ese amontonamiento de monoblocks, uno pegado al lado del otro, con escaleras metálicas, pasadizos, códigos de manzanas, pisos y departamentos, en donde se encajan familias, con sus historias y sus vidas.
Allí se previó un espacio verde, llamado así aunque que se trataba en realidad de una explanada de cemento y caños, con diminutos canteros sin pasto y algunos basureros metálicos en evidente deterioro.
―¡Dale con las rueditas, dale con las rueditas! ―resoplaba Dorotea, mientras preparaba la canasta de mimbre que llevaría esa tarde al taller de costura de la parroquia.
Es que desde las hendiduras de las persianas de la ventana que daba a la calle, se filtraban los chirridos espantosos y los golpeteos perturbadores de los chicos que religiosamente todas las tardes desde las cinco practicaban con sus “skates” ―bah, “patinetas” ― en el “skatepark” ―bah, “pista de patinetas” ― que daba justo enfrente al domicilio de Dorotea.
Y proseguía con sus trilladas reflexiones: Digo yo, ¿no tienen padres estos chicos?, ¿no van a la escuela?, ¿no les dan tarea para hacer?... ¿Y ese grandulón tatuado que está con ellos cuándo va a madurar? ¡Ay Dios! ¡Así está el país!
La mirada silenciosa de Polo, su fiel y resignado marido, lo decía todo: como cada martes y jueves, minutos antes de las cinco de la tarde, es el único espectador de ese unipersonal que protagoniza su esposa, cuyo texto es casi siempre el mismo: “no sé si a la vuelta va a refrescar”, “estos chicos me van a atropellar”, “así está el país”, “cerrá con llave”. Golpe de puerta. Telón final.
Después de la operación del corazón y a su edad, Polo ya le estaba haciendo caso a su médico de cabecera y todo se lo tomaba con humor. “Haga del drama una comedia” le decía siempre el doctor Borsaletti. Y Dori ―como en verdad la conocían a Dorotea― le ofrecía material de sobra para dicho cambio de género.
Los pasos de su esposa, las rueditas de los chicos jugando, algún grito o risa disperso, eran los sonidos que como una radio antigua podía escuchar Polo por detrás de la puerta de entrada después de cerrarla con llave e ir a la cocina a preparar su mate de la tarde.

Telas.
Olor a ropa y a jabón perfumado. Bizcochitos y alfileres. Seis mujeres en el salón parroquial protegidas del sol vespertino.
―Beatriz, páseme las lanas de colores. Voy a hacerle un borde a esta carpetita. Dijo una de ellas sin dejar de golpetear el pie derecho como manejando una máquina de coser imaginaria.
―¿No será como el gatito que bordó la otra vez, no? Dijo la más anciana, con sonrisa maliciosa.
―No sea mala, Irma, si sabe que la Beti quiso hacer un oso, solo que le salieron las orejas puntiagudas. Dijo Dorotea mientras agrupaba telas claras por un lado y oscuras por otro.
Un momento de silencio interrumpió la charla hasta que Dori cambió de tema:
―Acá sí que hay paz... No como en mi barrio.
―Es que estamos en la casa de Dios, doña. Dijo Beatriz.
―Sí,… ¡y que Dios no anda en patinetas! Retrucó Dori.
―Claro, en su barrio se juntan los chicos del nieto de Guadalupe.
―¿De “nuestra” Guadalupe? Preguntó Dori a Irma.
―¡Claro! La que organizaba las ferias de ropas con nosotras.
―Tan juiciosa que parecía y mirá el nieto que le salió. Eso es por falta de educación.
―No se crea doña, mire que Guadalupe me contó que desde que ella se operó de la cadera y quedó en silla de ruedas él va todos los días, la asiste y le hace las compras.
―Sí, pero al menos la podría traer a Misa, ¿no? ¿Y cuántos años tiene ese chico? Porque andan con un tipo de barba y tatuado que me da un mal aspecto. Me parece una mala influencia para el nietito de Guadalupe.
―¿Uno de pelo largo de colita? ―interrumpe Mabel que hasta ese momento estaba callada destejiendo una bufanda.
Mabel quizá haya sido la fundadora del grupo que hacía más de quince años, dos veces por semana se reunía en la parroquia a hacer diversas labores. Ese primer grupo comenzó ofreciendo apoyo escolar a los chicos más desaventajados del barrio en materia de estudios y contención. Siguió con la organización de una cooperadora para cambiar los techos de chapa del salón parroquial, para lo cual organizaban ferias de ropa, tés canasta, rifas, venta de locro y demás iniciativas económicas. Y siempre estuvo Mabel. Una mujer casi muda, muy eficiente y con la particularidad que, del grupo, era, sin dudas, la más confiable. Una mujer ya mayor pero impecable, de espalda erguida y mirada activa, de manos movedizas y una altura por encima de la media de la feligresía que asistía a  las misas dominicales.
―Sí, ¿usted lo conoce?, preguntó Dori.
―Sí, ése es el nieto de doña Guadalupe. Le dicen Maxi, creo.
―Ah, mire usted― agregó Dori.  Ya debe estar pisando los treinta años, más o menos.
Mabel, amagó contar más, pero, acorde a su introversión, optó por guardarse los comentarios. Bastó la mirada que por un lado asentía sobre la edad aparente de Maxi, pero que por otro lado decía: “si lo conociesen de verdad…”. Su silencio, ya naturalizado, lamentablemente ocultó en ese momento datos que hubiesen elevado el tono de la conversación.

Sombras.
Hojas de plátano que confabulan tapando el alumbrado público del barrio. Noche cerrada en callejones grises. De pronto rompe el hastío y la monotonía una luz lacerante verde que como un lazo golpea centrífugamente el ingreso a las callejuelas. La ambulancia aúlla su impotencia por no poder ingresar por las callejuelas y llegar en tiempo a donde requerían de urgencia la unidad coronaria. El chofer trata de contactarse por radio con la central para que le den más detalles de cuál de los monoblocks, cuál de las escaleras y cuál de los departamentos pedía con urgencia su servicio.
Sin saludar, desde la oscuridad, una silueta se acerca casi encorvada y con una simple pregunta se entera del nombre del paciente. Un susurro bastó para que los médicos se pusieran al servicio de este lazarillo. Uno por detrás con una camilla plegadiza y dos uniformados verde agua con valijitas amarillas formaron el séquito que sin hablarse siguieron el trote entre pasadizos, escaleras y cercos a este anfitrión que apareció de la nada.
Una señora con su hijita esperaban en la entrada del departamento que permanecía cerrado. Al llegar los de la guardia, les explica:
―Desde la ventana vi que el vecino estaba tirado en el balcón como queriendo hablar pero sin sonido. Toqué timbre, pero la esposa seguro está en la misa, por eso no abre. Es un matrimonio que vive solo.
Sin mediar palabras, el guía nocturno tomó carrera y llegando a la puerta saltó con los dos pies adelante derribando de un solo golpe la puerta. Se levantó y dio paso a los médicos. Al instante se le realizaron las prácticas de resucitación cardíaca a don Polo que yacía en el piso.
Con la vecina encargándose de la casa abierta, y con el paciente en la camilla desanduvieron el laberinto con el mismo guía, pero con más lentitud y cuidado.
El aullido se fue perdiendo acompañando a la luz verde con prisa y un suave viento hizo temblar las hojas que en la esquina del barrio hacían parpadear el farol de la vereda.

Misa.
Chasquido mínimo de fósforos que presagian el comienzo del oficio religioso dentro de la capilla. Dos velas tornan más cálido el espacio lleno de maderas, mármoles y silencios. Hablando casi al oído, Beatriz se dirige a Dori, que estaba sentada a su lado:
―¡Doña! Mi marido me dijo ayer que estos chicos de la patineta andan en cosas raras. Un amigo de él sabe que son drogadictos. Hace bien en cuidarse. ¡Mire usted a dónde vamos a parar!
 ―Recemos por sus almas.
Mientras tanto, Mabel, la compañera más callada del grupo, llegó a escuchar la conversación y simuló no haber oído nada.
La voz de la guionista cortó la charla: ―Cantamos “vienen con alegría”.

Hospital.
Olor a quirófano. Sonidos bio-mecánicos. Sueros y guantes de látex. Corredores recién trapeados. Bancos descascarados y vueltos a pintar y a descascarar. Asepsia y flores amarillas.
Tocan la puerta de la sala 406 con cuidado, como no queriendo ser oído.
Ante el “adelante” que se escucha, el ramo de claveles rompe el gris de la habitación en penumbra. Atrás de él, la cara serena de Mabel, la compañera de Dori, acompañada por su sobrina, una mujer muy bonita de apariencia de tener cuarenta años.  
―¿No molestamos, doña? La enfermera nos dijo que podíamos pasar.
Dori, levantándose de la silla que coteja la camilla blanca, ofrece lugar a la visita. Pase Mabel, qué sorpresa. Él es mi marido.
―Ella es Sonia, mi sobrina. La que me insistió para venir.
Sin que le pregunten, Dori, mientras acomoda las flores en una botella de agua mineral que cortó por la mitad con un cuchillo, les relata los pormenores de lo que dijeron los médicos, de cómo fue la operación, de cómo será el posoperatorio, de cómo se siente ella y de cómo Dios tuvo que ver en todo esto.
―Lo que le salvó la vida a mi marido fue que se pudo actuar a tiempo. Ahí estuvo la clave, me decían los médicos. A la vecina de enfrente, que dio aviso a la ambulancia no sé cómo agradecerle. Fue un milagro que se haya dado cuenta que a mi marido le había dado un ataque. Pero hubo alguien más a quien le debo la vida de mi marido… Cuando llegué con el taxi a la guardia, como responsable acompañante de Polo estaba el que guió a los médicos hasta mi casa. Al verlo en la sala de espera cuando llegué, me reconoció y volteó su cabeza hacia mí sin decirme nada. Ahí vi la mirada más plena, más radiante, más, cómo le diré… era nuestro señor en la piel de ese muchacho.
Las lágrimas que empezaron a recorrer las huellas del tiempo en el rostro de Mabel se depositaron silenciosas sobre la falda marrón que la arropaba.
―Mire, Doña Dorotea, estoy en falta con usted. Y me pareció justo contarle algo. Sonia me insistió en venir. Yo soy muy reservada y hasta vergonzosa. Ella tiene un hijo, Nahuel. Ahora está con 23 años y estudia Ingeniería. Es un muchacho muy despierto y trabaja además con sus suegros en un taller a medio tiempo. Vio, para poder estudiar.
El relato aquieta a Dori que estaba moviendo el regulador del suero que colgaba al lado de su marido que dormitaba. Qué tendría que ver Nahuel con el infarto de Polo.
―Nahuel a los 17 estuvo muy mal ―continuó Mabel. Se fue de la casa y se la pasaba en la comisaría. Primero por riña callejera, después por intento de robo. Demacrado, vivía sucio, drogado y peleado con la vida. Nosotros ya no sabíamos qué hacer. Probamos por las buenas y por las malas corregir su camino. Eso no hizo más que generar más rechazo en todos aquellos que lo queríamos. Yo sufrí mucho. Ni qué decir de Sonia.
Hasta que un día estaba mirando tele con mi marido agregó Sonia y tocan el timbre de mi casa. Era mi hijo acompañado de un muchacho unos años más grande que él. Pensé veinte cosas a la vez, pero todas mis conjeturas cayeron por tierra.
―Nahuel me lo presentó como su instructor, ‘se llama Maxi’, me dijo. Un muchacho de treinta años, muy cortés y con un aspecto de rockero. Ellos me explicaron que venían para pedirnos permiso para que Nahuel vaya a trabajar en una verdulería del tío de Maxi y que con su primer sueldo iba a comprar un skate que tenía que regalar al nuevo integrante del grupo. Los ojos de mi hijo habían cambiado. El resentimiento cambió por entusiasmo. ¡Por dos años no nos hablaba y de pronto se acercó a pedirme autorización para comenzar a trabajar!
Mabel siguió el desarrollo de la historia:
―Allí nos enteramos de lo que había pasado: Maxi, el nieto de Doña Guadalupe, lo invitó al grupo de las patinetas. El mismo del que usted habló la otra vez en el salón parroquial. Lo llevó y le regaló una patineta nueva con el propósito que la cuide y no la venda. A cambio, él le iba a enseñar las más difíciles acrobacias que se imagine. Las horas de consumo fueron cambiando por horas de entrenamiento. Cambió de junta. De a poco comenzó a querer ser mejor.
―Se da cuenta, señora ―prosiguió Mabel― fui muy egoísta al no contarle que para nosotros, ese pelilargo tatuado era un héroe.

Sábado.
Saltos, risas, chirridos, aplausos. La pista de skate tan concurrida como cada día. Hoy el sol está más indulgente. Ojalá no se descomponga para mañana porque se programó la muestra anual. Siguiendo con la rutina diaria, se escucha la puerta abrirse y el llamado habitual: ¡Está la chocolatada!
―Maxi, quién diría. Hoy hace seis meses que me operaron y estoy hecho un pibe. Dijo Polo.
―Avise cuándo quiere empezar con los skates. Continúa Maxi con la broma.
Los chicos le agradecen a Dori por las masas. A lo cual, ella responde:
―Éstas las hicieron las chicas de la parroquia, les voy a decir que le agradecen. Ahora, después de lavar las tazas, dejen que yo lavo la olla.
Los deportistas retoman su entrenamiento para poder tener todo listo para mañana.
Mientras vuelven al patio, Dori chista a Maxi y cuando éste voltea la cabeza le dice:

―Maxi,… ¡Dale con las rueditas!, ¡Dale con las rueditas!

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EL LECTOR PLAGIADO


Como todas las mañanas, fiel a mis ritos de soltera, después de asearme y tomar mis dos vasos de agua en ayunas, le dedico quince minutos a la cinta. Me doy una ducha. Cuelgo la ropa deportiva en el vestidor para que se oree. Desayuno, tomo las llaves que dejo junto a la pecera y salgo al trabajo. Visto el atuendo propio de la oficina, que en mi caso está siempre impecable. Soy el centro de las bromas debido a mi pulcritud extrema, pero esto lo tomo más como un halago. Me permite asegurar que en nuestro lugar de trabajo haya limpieza. También cuento con el aporte de Rita, que, aunque no es tan obsesiva como yo, es la que colabora con esencias y aromatizantes de muy buenos sabores. De Mateo y Linares no se puede esperar mucho. Propio de hombres. No tienen sentido estético y les da lo mismo trabajar en un vaciadero que en un ambiente limpio.
De camino a la oficina paso por el supermercado.
Como me había olvidado de comprar cereales con frutas secas, me dirijo a las góndolas respectivas. Descubro horrorizada que la punta del zapato derecho está manchada de barro. Pienso que en el auto tengo pañuelos de papel para poder limpiarlo. Cuando tomo dos bolsas del cereal elegido escucho hablar a mis espaldas.
―Papá, ¿me comprás caramelos?
No me asombra escuchar semejante pedido, debido al lugar en el que estoy, hasta que me sorprende un tironeo en el brazo.
―Dame de estos.
Veo que la niña trata de seducirme con su ternura espontánea, mientras sostiene como antorcha un paletón multicolor.
―Dale, no seas malo papá ―me insiste.
Le contesto que no y me doy cuenta que mi voz cambió. Ya refleja la de un hombre que, aunque con un timbre algo aflautado, mantiene un registro varonil. Miro mi mano con las bolsas de cereales y el grosor y tamaño de mis dedos, como así también el vello que cubre el brazo, corresponden al padre de esta niña. Al menos eso presumo.
Voy a la caja entre perturbada e incrédula mientras veo que la niña me sigue como si fuera mi hija.
Mientras camino, paso por la heladera de bebidas y veo que refleja el rostro de un hombre de treinta y cinco años, que ahora soy yo.
La tomo de la mano al salir para poder cruzar la calle. Por alguna extraña razón descuido ir al auto que estacioné al entrar al supermercado.
Me entero que me llamo Damián porque me saluda el vecino de la casa donde entro. Me Recibe mi esposa y me indica que me olvidé de traer el rebozador para milanesas. Son casi las nueve de la mañana.
Dicho esto me saluda y sale. Supongo que a trabajar. Micaela, tal es el nombre de mi hija, me pide mirar televisión pero yo le digo que primero haga la tarea.
Me obedece y le pido que me llame a las once. Me recuesto aunque sea dos horas, ya que recuerdo que había trabajado en el turno de la noche. Sin quitarme las zapatillas me desplomo en la cama.
―Apurate que no van a llegar –me dice mi esposa. Me lavo la cara y encuentro la mesa preparada y a Micaela vestida para la escuela.
Mientras almorzamos le digo a Iris que estuve pensando que para estas vacaciones podríamos ir a la playa, después de haber ido dos años consecutivos a las sierras. Mica golpea en la mesa con los cubiertos diciendo con euforia que quiere salir ya mismo de vacaciones.
Subimos a la camioneta y la llevo a la escuela.
Faltando algunas cuadras, un operativo policial retrasa el tránsito. Cuando llega mi turno, un oficial me pide los papeles del auto.
Una gota de sudor que cae por mi rostro me obliga a tocarme la sien y noto con sorpresa que tengo puesto un gorro de uniforme. Un calor sofocante me distrae de la perorata que ese hombrecito sin cuello me dispara desde su camioneta mientras le devuelvo sus documentos.
Señor, son controles de rutina. Entiendo que lo retrase un poco para dejar a su hija en la escuela, sin embargo comprenda que estos operativos los hacemos para la seguridad de la población ―le digo, y el hombre asiente resignado con la cabeza.
Durante el resto de la tarde secuestramos tres autos, pero por suerte no pasó nada más. Recordamos la cara que puso Tolosa, en el asado que organizamos en el casino de suboficiales, cuando tomó el vaso de vino al que le pusimos vinagre. Después de verificar la documentación vehicular de una veintena de coches más, volvemos a la base, cuando ya había mermado el calor.
Al bajar del patrullero, frente a la comisaría, una mujer me pregunta dónde debe sacar el certificado de domicilio. Le respondo y me agradece.
Busco en mi cartera si tengo los documentos y al levantar la vista veo delante de mí al policía que sube los peldaños de la entrada. Regreso al auto. Estoy muy cansada. Llegado a fin de mes, el trabajo de la oficina se hace inhumano. Pero hoy me envuelve un cansancio distinto.
Regreso por fin a mi departamento. Está como lo dejé. Con los talones me quito los zapatos y descalza le doy de comer a los peces. Me miran como si me hubiesen extrañado. Ellos también se acostumbraron a mis rituales.
Me baño, cuelgo la ropa de la oficina y me pongo algo cómodo.
Apago el silencio con algún programa de televisión.
Percibo que el de hoy fue un día raro.
Ceno, apago la tele y me siento a leer.

Quedo perpleja al descubrir que alguien que firma como de Fabián Coniglio me robó el cuento que ahora estoy leyendo.


Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com


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TAN PARECIDO AL AMOR


PERSONAJES:
Pregonero
Don José
Patricio Azcurra
Anastasia
Marcial


ESCENA I
Pregonero
(Pregona en la calle con ejemplares de “La Gaceta” en la mano.)
¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!, ¡estas son las novedades de las Provincias Unidas! Lo anunció “La Gaceta de Buenos Aires.” Después de la dimisión del General Alvear de su cargo como Director Supremo, el Cabildo disolvió la Asamblea y convoca a los vecinos de Buenos Aires para elegir al nuevo Director Supremo.
¡Entérese de lo que está pasando! ¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!
Don José
(Se acerca al pregonero.) Buenas, buenas, parece que todavía estamos a tiempo de mejorar las cosas.
Pregonero
Ojalá Don José. Después de haber disuelto el Triunvirato y haber concentrado el poder en un Director Supremo designando a Posadas y éste después a su sobrino Alvear, no distaba mucho de una monarquía. Mire que fue tirano este Alvear…
Don José
Por eso le digo que ahora es tiempo que los ciudadanos tomemos cartas en el asunto. Hay mucho “vende-patria” dando vuelta por el ambiente y si nos descuidamos les dejamos a su merced el poder.
Pregonero
Acuérdese de lo que le digo, esto no se va a arreglar hasta que no cortemos en serio los lazos con España o cualquier otra dominación extranjera.
Don José
¡Mi buen amigo, usted sí que está en una situación de privilegio!
Pregonero
¿Por qué lo dice don José? Mire que hay que estar horas y horas con el gañote al aire, y no es fácil, amigo.
Don José
Lo entiendo, lo entiendo. Me refería a que usted es un privilegiado en tener las noticias frescas y a la mano. ¡Cuántas cosas más sabrá que no llegan a los oídos de la gente común como yo!
Pregonero
En verdad debo decirle que usted no es más común que yo, y, en tal caso, ambos somos “gente común”, lo cual nos daría un título similar al de la nobleza, si todos los ciudadanos estuviésemos considerados como tales, no sólo en los decretos y documentos oficiales, sino en el trato y respeto. Créame, don José, que sueño en los días en que nuestros pueblos, liberados del dominio foráneo, podamos tener como blasón nobiliario nada más y nada menos el título de “gente común”.
Don José
Sabias palabras mi buen amigo. Sólo que se hace difícil creer en que llegue ese día mientras tengamos como representantes a gente como el trompudo de Don Bernardino, que, a través del enredo de las palabras, no hace más que enredar la buena intención de los vecinos. ¡Y se hace llamar docto! Sólo deshonra las ciencias, siendo un bicho raro, embaucando al gentío en beneficio propio.
Pregonero
Ni me lo diga, ni me lo diga. Es de esos seres viles que saca tajada de las circunstancias. No se sorprenda que mientras estamos hablando en esta esquina, el muy susodicho mercenario, esté en quién sabe qué palacio europeo, negociando nuestros suelos y nuestra sangre.
Don José
Usted sabe algo y no me lo está diciendo, amigo. Lo leo en sus ojos… No importa, no lo voy a molestar más y no le sacaré más datos de los que pueda pregonar.
Pregonero
Usted es un hombre sabio don José, debería integrar la Junta de Observación. Gente patriota como usted nos representaría con magnanimidad en el Cabildo.
Don José
Me hace sacar una sonrisa en tiempos tan convulsionados, amigo. ¡Que tenga un buen día!
Pregonero
Igualmente para usted.
(Camina pregonando hasta salir por un costado.) ¡Estas son las novedades de las provincias unidas!, ¡estas son las novedades de las provincias unidas! Lo anunció “La Gaceta de Buenos Aires.”




ESCENA II
(Se escucha “La primavera”, de “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi.)
Patricio Azcurra

¡Mi querida hija Anastasia, cuánto placer me producen tus melodías! Elevan mi espíritu, sofrenan mis instintos y los canaliza en pos de bienes superiores. ¡Feliz fruto del amor de dos esposos que florece y aromatiza con sones celestiales a sus progenitores!
¿Qué más se puede pedir? Un ángel ejecutando con un instrumento angelical, las partituras más angelicales que un mortal pueda crear… ¡Anastasia, hija, que este retazo de cielo que nos traes con tu violín no se apague hasta que por fin lo escuchemos frente al mismísimo Creador Sempiterno!
Pregonero
(en off) ¡Estas son las novedades de las provincias unidas!, ¡estas son las novedades de las provincias unidas!
Patricio Azcurra
Válgame Dios, ¿qué tienen de novedades?, ¿qué tienen de “Provincias Unidas”? Ya nos indican los grandes estrategas de las verdaderas potencias mundiales que las colonias no desmerecen a sus habitantes tomando por patrones a quienes dominan los designios de las naciones, sino que por el contrario, ellos, en su generosidad, nos toman como hijos y nos hacen herederos de sus invaluables riquezas culturales.
Pero lamentablemente, en este poblado, cada vez más amenazado por la chusma pata sucia, no todos entienden sobre las ventajas de encolumnarse con los grandes y divagan sobre vanos planes independentistas, inconducentes en todos sus aspectos, exponiendo al corrimiento de sangre, no sólo de los descentrados rebeldes, sino sobre todo de los ciudadanos ilustres.
Anastasia
(Entra apesadumbrada. Tiene un vestido negro y lleva consigo un violín.)
Mis oídos ya saben de memoria lo que usted piensa sobre los aires libertarios, padre. Con todo respeto y sin intención de ofenderlo, le recuerdo que todavía tengo muy fresco el dolor por la partida de mi amado Gervasio.
Patricio Azcurra
Mi niña, no llores. Rompes mi corazón. Gervasio murió como un héroe en Sipe Sipe. Sin dudas te amaba. Era un excelente militar, yo soy amigo personal de don Antonio Dorna, su padre, y de doña Petrona, su madre y nada de lo que ocurrió quitará un solo destello de brillo del bronce que supo conquistar entregando su vida, pero, a muy pesar mío, te recuerdo que de nada valieron tus ruegos para que se casen antes de la batalla porque pienso que en el fondo, tu prometido aún estaba haciendo el duelo por no haber podido conquistar el corazón de Remedios de Escalada.
Anastasia
¡No me la nombres!, ¡Por favor, padre, no me la nombres! Ya tuve suficiente con sentir su sombra y su recuerdo deslizándose imperceptible en las tertulias vespertinas tenidas con Gervasio. ¡Pobre de mí!, ¡pobre de él! De verdad me quiso. Más allá de mi apellido, de mi estirpe, que él también tenía, sentía por mí un cariño y un respeto puro. Sé que nunca fue su intención contrariarme. Pero también sé… también sé que en parte su corazón latía por Remedios. Nunca me lo quiso hacer notar, pero una mujer conoce el corazón del hombre.
Patricio Azcurra
Mi niña, mi pobre niña. Si supiera que comprando el cielo mitigaría ese nubarrón en tu pecho, haría lo que fuera por adquirirlo para tí. Pero sólo el tiempo te regalará la calma y el consuelo que necesitas.
Anastasia
Gracias padre.
Patricio Azcurra
Pero igualmente fíjate que tengo mis razones para refunfuñar contra estas ideas modernas. En tu congoja se esconden dos enemigos: ese militar que está movilizando Cuyo con sus ideas alocadas, ese Don San Martín, que por un lado hay que agradecerle que se robó el corazón de Remedios, lo cual te posibilitó conocer a Gervasio, pero que por otro lado generó el desprecio de tu prometido por su vida y de alguna manera hizo que tu amado se expusiera más de la cuenta yendo a luchar en contra de los realistas en tierra que ni nos interesan.
Y el otro enemigo en común, que se llevó la vida de tu amado es la fútil idea de no pertenecer sino a sí mismo, dejando de lado las fuentes de la cultura y la sabiduría que nos viene de Europa. Y encima, mi niña, encima ¡el padre de Gervasio es español! ¿Hasta dónde las ideas planeadas por el Maligno, que siembra la desobediencia, puede confundir a las almas nobles?, ¿Hasta dónde esas locuras de independencia pueden arruinar a toda una generación de jóvenes promesas de la buena sociedad?
Anastasia
Lo amo y lo respeto padre, pero la verdad estoy confundida. Porque entiendo que entre estos caseríos habitamos familias patricias, respetables y de bien, pero Gervasio me habló de sus aventuras por otros territorios casi inhóspitos habitados por hombres y mujeres que, aún sin instrucción, sueñan con valores y tienen ideales nobles, casi tanto como los nuestros.
Patricio Azcurra
El noble corazón que tenía tu prometido no le permitió desentrañar la bajeza de los motivos más ocultos de esa gente, sin duda. No te olvides que nuestras pertenencias se ven amenazadas por los bárbaros impíos, el mestizaje y los caudillos pelilargos, ya que los ideales se les van a acabar cuando coman en nuestros banquetes y quiebren las plumas de la ilustración.
Anastasia
No sé, padre. Antes de alistarse para su último combate, le entregué a Gervasio mi Santo Rosario. Sonrió. Tomó mis manos y con dulzura me dijo que si él no volvía no llore de tristeza, sino que pida una Misa por él en acción de gracias por haber tenido la dicha de entregar su sangre por la libertad. Y al concluir me dijo que ese Rosario volvería a mis manos y ese sería el signo que su muerte tuvo un valor superior.
Patricio Azcurra
Y como ves, hija mía, ese Rosario no llegó a tus manos.
Anastasia
Cuando Gervasio me hablaba de esto brillaban sus ojos como nunca. Se henchía su pecho y pasaba horas contagiándome de un sentimiento extraño, que sólo se compara al amor. Pero que era más grande que éste, porque en tanto que el amor se dirige a una persona, este sentimiento que me transmitía se dirigía a muchas personas. Debo admitir que si bien a veces me daba un poco de celos ese sentimiento tan fuerte de Gervasio, a la vez me enamoraba más de él.
Aún hoy no puedo asignarle un nombre a este impulso tan fuerte que descubrí en Gervasio. Padre, ¿qué nombre le pondrías a ese sentir?
Patricio Azcurra
Moriría por seguir escuchándote tocar el violín. Eso se llama dolor. Nada más estás elaborando el duelo. Ya pasará. Tranquila, todo va a estar bien.
Anastasia
(Se retira.)
(Se escucha nuevamente Vivaldi.)


ESCENA III
Pregonero
(Pregona en la calle con ejemplares de “La Gaceta” en la mano.)
¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!, ¡estas son las novedades de las Provincias Unidas! Lo anunció “La Gaceta de Buenos Aires.” El nuevo Director Supremo interino, don Álvarez Thomas anuncia que la Junta de Observación ha redactado el Estatuto Provisional y en este documento, en su artículo 30 convocó a todas las ciudades y pueblos a elegir diputados que los representen en un Congreso Constituyente a desarrollarse en Tucumán.
Las sesiones de dicho Congreso darán comienzo el próximo 24 de marzo del corriente año de 1816. ¡Entérese de lo que está pasando! ¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!
Patricio Azcurra
(Camina con Anastasia. Se cruzan con al pregonero.) Justamente ahora que lo recuerdan, la otra noche estuve en la casa de los Anchorena y estuve hablando con Marcial. ¿Te acuerdas de Marcial?
Anastasia
Claro padre, viejo amigo de nuestra familia. ¿Qué cuenta Marcial?
Patricio Azcurra
No lo vas a creer: viaja a Tucumán para el congreso ese que anuncian. Él está como escribiente ayudante del doctor Esteban Gascón. Excelente abogado. Y al doctor lo eligieron para ir como diputado a Tucumán. Le pidió a Marcial que lo acompañe, aunque sea los seis primeros meses. Conoces a Marcial. Es muy ordenado en los escritos, pero de aventurero y revolucionario no tiene nada.
Anastasia
Sí, de verdad me sorprende que hubiera aceptado.
Patricio Azcurra
Lo toma como una oportunidad de ascenso en su trabajo, nada más. Eso lo tiene muy claro.
Anastasia
Me gustaría conocer esos lugares.
Patricio Azcurra
¡Ni lo imagines siquiera! En estos tiempos convulsionados esas zonas de bandidos y revoltosos está casi inaccesible para una muchacha.
Anastasia
Lo sé, padre, lo sé. No se aflija…
(Se retiran.)


ESCENA IV
Pregonero
(Pregona en la calle con ejemplares de “La Gaceta” en la mano.)
¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!, ¡estas son las novedades de las Provincias Unidas! El Congreso General sesionando en Tucumán ha elegido como Director Supremo de todas las provincias unidas al diputado por San Luis, don Juan Martín de Pueyrredón. Y la noticia más sublime que este semanario pueda transmitir: El pasado 9 de julio del corriente año del Señor de 1816, el Congreso “ha declarado solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despejadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli y de toda otra dominación extranjera.”
¡Entérese de lo que está pasando! ¡Estas son las novedades de las Provincias Unidas!
Don José
(Se acerca al pregonero.) ¡Viva la Patria Libre y soberana, amigo! ¡Nos pusimos los pantalones largos, nomás! ¿Qué me dice amigazo?
Pregonero
Estoy tan contento como usted, Don José. Sin duda que escuchamos más a nuestras raíces que a nuestras conveniencias. Brindo por los diputados que pusieron la firma. De todas formas, no va a ser fácil de aquí en más.
Don José
Es cierto, la declaración de independencia se transforma en declaración de guerra. Y cuando de enemigos se trata, me preocupan más los imperceptibles que los vistosos. Porque usted dirá si coincide conmigo, a los españoles, a los ingleses, a los franceses, a los portugueses, se los distingue fácil. Pero no olvidemos que tenemos enemigos adentro de nuestras propias filas. ¡Esos son los bravos!
Pregonero
Coincido con usted. Pero hoy es día de festejo. ¡Viva la Patria!
Don José
¡Viva la Patria, carajo!




ESCENA V
(Patricio lee, Anastasia cose.)
Pregonero
(En off) ¡Viva la Patria!, ¡Somos libres!, ¡viva la Patria!
Anastasia
(Se sobresalta. Se levanta. Mira por la ventana.) Padre, ¿oyó eso? ¿Escucha esa gente tan alegre allá afuera?
Patricio Azcurra

Mala decisión en un mal momento. El rey Fernando VII, al recuperar la corona, está con más fuerza que antes. Ya verás que esto se acaba en breve. Pero no te aflijas, nosotros estaremos bien.
Anastasia
¡Padre, para independizarse no existen los buenos o malos momentos!
Patricio Azcurra
(Gritando) ¡No existen ni buenos ni malos momentos porque es impensable semejante necedad! ¡Ya verás cómo tarde o temprano seremos colonia, porque no tenemos otra alternativa, es así!
Marcial
(Golpea la puerta. Anastasia le abre.)
Buenas tardes señorita Anastasia. Buenas, don Patricio. ¿Llego en mal momento?
Patricio Azcurra
¡Cómo anda Don Marcial! ¡Qué alegría verlo! No podría llegar en mejor momento.
Anastasia
Mucho gusto. Yo, con vuestro permiso, me retiro así hablan tranquilos.
Patricio
Quédate, por favor.
Marcial
Lo mismo iba a decir.
Patricio
Formidable. Porque estaría bueno que mi hija escuche de sus propios labios la complejidad que significa esta declaración que ha hecho el Congreso.
Marcial
Qué interesante, el motivo por el cual quería que su hija se quede era otro. Pero con gusto me explayaré en lo que plazca.
Patricio
En primer lugar cuéntenos por favor de la sorpresa de tenerlo en Buenos Aires cuando creí que estaba en Tucumán con el doctor Gascón.
Marcial
Llegué ayer a la noche. Vengo por una semana y luego regreso. Me quedaré hasta fin de año. Después veremos.
Patricio
¿O sea que estuvo en la declaración de la independencia?
Marcial
Así es, señor mío.
Patricio
Y con todo respeto, ¿no le parece un suicidio?
Marcial
Para nada, don Patricio. Tiemblan mis manos ante el mero recuerdo de lo vivido en Tucumán. Nunca supe lo tan equivocado que estaba al aplaudir y apoyar a charlatanes nefastos que prometen como toda acción de gobierno desentenderse de las provincias del interior, es más, hasta luchar contra ellas y desguarnecer a los nobles centinelas de las basta pampas y serranías, desviando el presupuesto para ellos pensado y, en su lugar, gastar innecesariamente dicho erario en la construcción de ochavas para la ciudad capital. ¡Imbéciles de nosotros que aplaudimos sus discursos y sus vacías grandilocuencias!
¡Somos hermanos! No nos une la sangre, nos une algo más fuerte: nos une la tierra. Bebemos de las mismas raíces. ¡Qué importa qué peinetones están de moda en Francia! ¡Que amortajen con ellos sus grasientas cabelleras e inunden con pestilentes perfumes para tapar el mismo olor a piel y sudor que aunque no lo quieran, exhalan de su piel al igual que un chileno, un inglés, un cuyano! ¡Cuánta ceguera, cuánta necedad para no reconocer ese mismo olor que nos iguala!
Pensaba que Buenos Aires era el centro, la bisagra entre el Viejo mundo y el Nuevo mundo, pero estaba equivocado. Las brújulas de los claustros nos mentían. Estando en Tucumán descubrí que ahí estaba en el centro, en una ruta estratégica entre al Alto Perú y Buenos Aires, en donde, con las riquezas naturales que tenemos en nuestros suelos, ríos y mares, no necesitaremos más que organizarnos para que a nadie le falte nada para vivir con dignidad.
Anastasia
Disculpe, don Marcial, apenas lo conozco. Pero al oír sus palabras y la unción y la vehemencia con la que las dice, no puedo evitar establecer una relación directa con las palabras de mi difunto prometido.
Patricio
No molestes al señor confundiéndolo con un muerto, Anastasia, por favor.
Anastasia
Perdón, padre.
Marcial
De eso vine a hablar, si me permiten.
Patricio
Todo suyo.
Marcial
Muchas gracias. En Tucumán pude conocer de verdad quiénes somos y quiénes no somos. Desde mi cuna aprendí a pensar en inglés, escribir en español, hablar en francés. Pero en Tucumán, a donde fui con una intención más que ruin, ya que no pensaba más que en los beneficios personales que dicho trabajo me brindaría, allí descubrí que no soy ni español, ni portugués, ni inglés, ni francés, sino que soy hijo de esta tierra, soy americano. Hay personas que conocí de todas las regiones de las Provincias Unidas que abrieron mi cabeza y mi corazón. Y no sólo eso, sino que con pródiga asistencia me supieron encaminar hacia el descubrimiento de esta gran verdad. Porque todos tuvimos claro que declarar la independencia es comenzar a luchar para reconocer y hacer reconocer nuestra identidad propia.
Anastasia
Señor, ¿en qué se relaciona conmigo todo esto?
Marcial
En esto. (Saca de su bolsillo un pañuelito doblado). En el norte conocí a Telésforo, un sargento que combatió en Sipe Sipe. Preguntando a todos los miembros de la delegación de Buenos Aires, este hombre llegó a mí ya que por quién preguntaba en su búsqueda, era por usted, señorita.
Anastasia
¿Él estuvo en el campo de batalla con mi Gervasio?
Marcial
No sólo eso. Telésforo fue el confidente de Gervasio en sus últimas horas. Herido de muerte, después de haber demostrado su valor al frente de la batalla, quedó tendido inmóvil esperando la ayuda que, si bien llegó, no pudo revertir la herida mortal provocada en su pecho. Allí estuvo este sargento y acá, en este pañuelo tengo para entregarle este Rosario (lo saca) que le perteneció. Al entregárselo, Telésforo me pidió que le diga que Gervasio murió con una sonrisa en los labios pronunciando: “Anastasia, seamos libres, porque no encontré nada tan parecido al amor por ti como luchar por la libertad”. Y diciendo eso, murió.
Anastasia
Él me dijo que si moría, su muerte no sería en vano.


ESCENA VI
(A los personajes de la escena anterior se le suma Don José. Delante de ellos aparece el Pregonero, leyendo las siguientes líneas de la Gaceta de Buenos Aires).
Pregonero
Así se ve también que las desgracias aparentes se convierten en alegres venturas y que el pueblo tiene cada día nuevos motivos para felicitarse por la dichosa combinación que le ha puesto en aptitud de elegir su propio destino y de entrar por sus heroicos esfuerzos en el rango y consecuencia de las naciones independientes.
¡Viva la Patria!
TODOS
¡VIVA!
(Se escucha de fondo una chacarera tocada en violín mientras los personajes se abrazan.)


FIN

Rio Gallegos, abril de 2015.

AUTOR: fabianconiglio@gmail.com