Después
de treinta y cinco años de carrera artística, se encontró por primera vez en el
teatro de esa pequeña ciudad en donde había veraneado en la adolescencia.
En
más de una entrevista había referido que en ese verano lejano, con su guitarra
como puente, había sido seducido por una diminuta muchacha. Con un flechazo de sus
ojos verdes, le había hecho saber que a esto se dedicaría el resto de su vida.
El
amor condensado en dos semanas, se disolvió al perder contacto por la distancia.
Cada uno siguió su camino, pero transformados por ese encuentro único y
fundacional.
La
noche del concierto fue especial. Sus manos como nunca, transpiraron
nerviosismo al interpretar un repertorio propio de un concierto de guitarra.
El guitarrista
confundido, ya en otra dimensión, pudo refrescar el dulzor de un amor
adolescente. Sus palpitaciones crecían al ritmo de cada tema. El teatro, a sala
llena, ovacionaba en los temas rápidos y se emocionaba en los temas melódicos.
Promediando la presentación, en el silencio de
la audiencia, sumidos en la oscuridad que envolvió una versión libre de “Corazón
partío”, el reflejo de la luz cenital que chocó en la noble madera de su
guitarra, fue a parar entre las primeras quince filas, refractándole al
ejecutante, dos luciérnagas verdes que brillaron húmedas de emoción y gratitud.Autor: @ConiglioFabian
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