El doctor Lisandro Da Cortinha llegó
presuroso. En la enfermería del aeropuerto de Lisboa se estaba cerrando un
operativo que había llevado siete meses de trabajos de inteligencia.
Dos hombres debían ser intervenidos.
Los scanners detectaron cápsulas de preservativos dentro de sus intestinos.
Para corroborar qué sustancias
contenían, no había otra forma que expulsar alguna muestra.
Esposado, el primer hombre estaba con
los pantalones bajos sobre la camilla como un indio que escucha el sonido del
tren.
Con el sigilo de un orfebre o un
relojero, el doctor hurgó el ano del primer detenido, dispuesto a extraer la
perla preciosa que desarmaría esa red de narcotráfico.
Por el orificio ya se podía ver un
anudado elástico. Se acercó para ver con qué herramienta apresarlo cuando con
un estruendo inesperado, el culo asesino disparó una perdigonada de polvo
blanco. El espasmo provocado por el asombro ayudó a que la sustancia entrara por la
boca y la nariz, de tal manera que en
pocos minutos el doctor Da Cortinha entregó su vida en cumplimiento del deber.
Autor: @ConiglioFabian
fabianconiglio@gmail.com
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