...Rudolph sabía que atravesando el
campo de espinos podría llegar al bosque de arándanos para poder obtener la
cura para su amada. No había nada que perder, porque, de no curarla, Marlene
moriría, y allí sí lo habría perdido todo. Tomó su capa y se la ciñó por el
brazo derecho para usarla como escudo cubriendo sus ojos, porque de qué valdría si no la podría ver más a su princesa. Apenas atravesó los primeros veinte
metros de espesura vegetal, sus narices percibieron la humedad de la niebla que
lo envolvía. Con cortes certeros se fue abriendo camino y sin más, llegó al
prado que antecedía a los árboles de arándanos. Y allí, a escasos metros, el
olor húmedo se roció de una suave fragancia frutal. Usando su capa, no ya como
escudo, sino como bolso para cargar en él los suficientes…
—¡No
me di cuenta lo tarde que se me ha hecho! —dijo con volumen contenido para, por
un lado, no molestar a dos personas que se sentaban cerca suyo en la sala, pero
por otro lado, para que lo escuche Silvia, la bibliotecaria, a modo de
disculpa.
Y
en un abrir y cerrar de ojos, Tomás le entregó el libro, a la vez que le pidió
se lo reservara para el día siguiente a la misma hora. Y casi a las corridas,
se fue.
—Es
un muchacho —dijo para sus adentros, disimulando la torpeza de haber dejado
caer, al salir, tres arándanos de su chaqueta.
@ConiglioFabian
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