Llega
con su auto. Me doy cuenta enseguida con qué ánimo viene por la forma de frenar
y acomodar la trompa del vehículo en el garaje. Siempre lo espero. No lo hago
para recibir nada a cambio. Nunca fui así. Me basta con que sepa que estoy y
que cuando él llega no hay nada más importante que recibirlo.
A
veces ni me habla. Peor aún, a veces ni me mira. De todas formas, siempre lo
entendí. Cuelga las llaves cuando se acuerda o cuando trae menos cosas en sus
manos, otras veces las deja caer ruidosas sobre la mesa. Después sube a
cambiarse. A veces lo acompaño. Suele quedarse hablando por teléfono mientras
se quita la camisa y yo escucho todo. Nunca me pidió una opinión, al menos que
yo recuerde. Ni hace falta que me la pida. En general son temas que no domino.
Al rato, sigo con mi rutina.
Llego con el auto. Quién mierda puso esa caja
vacía en medio del garaje. Cuando retroceda, seguro queda atascada en el
chapón. Igual, no me importa, será una manera cómoda de deshacerme de esa
basura a media cuadra de acá.
Y éste, qué me mira. Traigo una carpeta, no un
lomito. Qué olor a fritura, bueno, viva la dieta. Quién me cambió de lugar las
perchas, no mato a nadie dejándolas arriba de la cama.
Llamo. Hola. Sí, estoy en eso. Hoy qué es. ¿Ya
miércoles? Me sonaba a martes. Okey, te la llevo mañana. Sí. Si querés, esta
noche te la adelanto por mail. No, ni hablar… abrazo.
¿Y? ¿Me seguís mirando? Soltame que me vas a
romper las medias.
Tiene
sus encantos ser mascota.
@ConiglioFabian
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Sus
ojos de mascota fueron el espejo de mi soledad.
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